Parpadeos fugaces

miércoles, 10 de abril de 2013

Pase VIP al Cielo

Un día nos levantamos de nuestras camas e intentamos poner los pies en el suelo. Pero la cama no está dentro de tu habitación, ni tu habitación está dentro de tu casa. La cama planea por la atmósfera a sus anchas, imitando con las sábanas, las capas de los superhéroes.
Te acabas de levantar, y tus legañas aún no pueden dar crédito a lo que están viendo.
Sin razón alguna tu cama está sobrevolando la ciudad, y el vértigo se cuela en el pijama. Metes los pies dentro de la cama para evitar una caída fatal, mientras observas alucinado las vistas panorámicas.
Eres el pasajero de un avión de madera, sin paredes ni cristales, ni cinturones ni azafatas, ni siquiera con pilotos. Pero allí estás, atravesando las nubes con total tranquilidad.
En la superficie de la ciudad puedes observar como la gente camina decidido a su destino, otra gente no puede con él y tampoco con las bolsas cargadísimas de la compra. Una señora mayor cruza el semáforo en verde y anda despacio, en mitad del paso de cebra se pone en rojo y algunos coches empiezan a pitar y a pasar sin preocupación alguna, la anciana agita el brazo y camina como puede.
La cama zigzaguea entre los edificios altos de la ciudad. No llegan a ser rascacielos.
El reflejo de aquella cama mágica y voladora se plasmaba en las cristaleras de los altos edificios, sucursales bancarias, hoteles, lo que fueran.
En las alturas de este edificio, la gente viste mejor y no camina hacia su destino, pues está justo encima de él. Lo tienen todo absolutamente controlado, o eso parece. Sonríen mientras hacen sonar los finos y elegantes cristales de dos copas de cava.
La cama sigue volando y por fin en tu cabeza, después de recordar la visión cruel e injusta del mundo real, surge la idea de qué puede estar pasando, ¿un sueño? ¿Realidad? Pero, ¿realidad cómo?
¿Alguien podría llegar a creerte si le dices que tu cama te ha llevado por toda la ciudad volando como la alfombra mágica de Aladdín?
Después de un par de pellizcos, cada uno con más fuerza, nada sucede, y atónito asimilas que estás volando sobre tu cama por toda la ciudad, sin que nadie te vea.
Tras un rato dejando la mirada perdida en el vértigo tus ojos no parpadean a pesar del viento que se estrella en tu media cara. La cama se para en seco, y observas como las sábanas se mueven delicadamente a favor del viento que corre por allí arriba, el viento las acaricia y ellas vuelan sin temor a caer de esa propia cama y acabar perdida y rota por algún lugar.
Y entonces comienzas a pensar, ¿Y si me dejo llevar?
Total no sé como ha empezado todo esto, me he despertado y ya estaba sobrevolando la ciudad, ¿Cuánto tiempo ha estado volando la cama?
No recuerdo ni siquiera cuando me he ido a dormir, de repente estaba poniéndome el pijama y ya no recuerdo más. Pero tengo el pijama perfectamente puesto, tengo un poco de frío, y mi piel está un poco pálida, será por el vértigo.
La cama sigue aquí, inmóvil, con el viento aporreando la madera del cabecero. Las sábanas siguen simulando las alas de los pájaros.
Diviso en el cruce de una calle, entre edificios, un semáforo que están arreglando, muchas obras alrededor, ruido, polvo, desorientación, cemento. El caos urbano se esconde en cada esquina aunque los seres humanos que recorren sus calles sean desconocidos entre ellos, eviten mirarse, eviten relacionarse.
Desde esta cama todo se ve diferente, como la gente pasea sin preocuparse de su semejante desconocido, como la pobreza está en cada baldosa, en cada alcantarilla, en cada escaparate reflejado. Con el rostro triste observas como un niño camina por la calle con las zapatillas y la camiseta rota, y de repente en tu cabeza retumban los gritos de una poesía improvisada por la sensación de ahogo y angustia:

Las calles están salpicadas del recuerdo de un pasado violento, donde no había nada que perder y quedaba mucho por ganar. El asfalto que hoy desgastan las llantas de los coches acogió en su seno a los cuerpos muertos que un día sangraron y lucharon por un rayo de Sol en el futuro. Calle abajo afluentes de sangre y dolor. El cielo parpadea intentando evitar las lágrimas, pero finalmente comienza a llover. 

Tus lágrimas se van de paseo por tus mejillas dejándose caer en la tela desgastada de tu pijama. Sientes la cara fría porque el viento intenta hacerlas volar y ellas no quieren huir.
Te acabas de dar cuenta de que estás muerto, de que estar frío es rutina, que el mundo al igual que tú, es un espejismo de lo que un día fue.
Los zombis con sus trajes de humanos se pasean por las calles cegados de tecnologías y de sentimientos vacíos, de promesas caras que arrastran cadenas, de no ver más allá cuando la mentira baja el telón.
Se retuercen en sus ataúdes los muertos que un día fueron asesinados en esas mismas calles, se retuercen incómodos en sus camas que vuelan por un cielo muy negro.
Comprendes que aún estando muerto sientes más que ellos y maldices en silencio agachando la cabeza. El mundo murió antes de tiempo y no dio la oportunidad de dejarnos despertar. Amanece mientras dormimos. La noche se extingue mientras dormimos. El mundo cambia mientras nosotros dormimos. Nos roban y apuñalan mientras dormimos.

MUNDO DESPIERTA.