Parpadeos fugaces

viernes, 26 de septiembre de 2014

Sospechosos habituales huyen de la ciudad.

Las líneas transformadas en caminos donde las palabras las recorrían reflejándose en historias del pasado, quizás algún día fueron paralelas, otras veces se entrelazaban, se chocaban y otras simplemente se evitaban. Y después de aquellas curvas tan solas, de aquellas rectas infinitas tan deshumanizadas hacia el infierno, de subidas y bajadas que te revolvían el estómago, después de aquello llegó el salto al vacío. Un vacío que ni siquiera con mímica se podía describir.
Mientras respiraba aquel vacío las palabras que contaban historias se despedían desde el borde del abismo,  alejándose, en las profundidades de mi interior se escuchaba “Si hubiese hecho esto, si hubiera hecho lo otro…”
La caída casi fue mortal.
Y entre cascabeles de Navidad, un frío espantoso que se calmaba con el calor de una buena copa de whisky allí resucité.
Resucité poco a poco, queriendo volver a sentir la vida como era antes. Y cuando la sentí…qué maravilla volver  a sentir, qué confusión, qué emoción ¡¡QUÉ LIBERACIÓN!!
Y todas las líneas que formaban caminos de historias en mi cuaderno cambiaron la dirección como si se nos hubiese roto la brújula de la cordura. Y entonces no hubo abismos ni vacíos, ni historias que importaran, ni siquiera había caminos paralelos que se entrelazaban, que se curvaban o se evitaban.
Ahora la dirección era fija, y sin parpadear, fui directa a estrellarme contra su sonrisa. 

"Algo había. Algo tenía, algo tiene.
Algo en sus ojos, algo alrededor de sus cuerpos. Una cuerda elástica, cadenas, la propia piel estirándose, el anhelo de sus tierras, de sus caminos y sus montañas. Allí, en las nubes, estamos descansando después de habernos soñado.
La vida se estira cuando me marcho lejos de tus orillas.
¿Se romperá? 
La vida se vuelve negra entre luces de neón, de copas vacías, de miles de vidas que se cruzan con la tuya y en menos de un paso desaparecen.
Soplo de aire fresco en el borde del abismo. Tus manos, tan suaves, alrededor de mis caderas ancladas como barcos en el puerto. Un susurro: "Quédate"
Pero el oleaje se llevó las palabras. Tan sólo las palabras"

Cada uno en su lado de la orilla, cara a cara, mirándose sus reflejos temblar y balancearse en la corriente del agua. Había una especie de silencio en el cual los dos protagonistas aprovechaban para hablar, para maldecir, para pactar que volverían a nadar, el uno por el otro.
Temer más a un futuro sin ti que a una muerte lenta y dolorosa, debe ser esto. No saber en qué beso perdiste la cabeza o en qué mirada perdiste el corazón; darlo todo sin querer nada cambio, desgarrarse la piel en las horas perdidas, bucear hasta el fondo del mar sin importar cuanto tiempo puedes aguantar sin respirar. 

Y cuando seguimos la corriente de los días, que separa el horizonte de nuestros océanos y solo podemos observarlo y no nadar, se convierte en algo parecido a morir lentamente. Petróleo pegajoso en las aguas que quema la piel y mata el espíritu. Y entonces las horas caen en la tentación de rebanarme el alma en trozos, dividiéndola en segundos angustiosos, escupiendo sangre a los días que vagan por nuestra nauseabunda rutina. Y cuando estás cansada, cuando caen las lágrimas, cuando la Tierra gira la vida sigue pero tú no, tú estás allí mirando una fotografía fijamente, con la cara pálida y la sonrisa inerte, allí estás, muriéndote por dentro. Y cuando muero sé que vivo en los ojos de quién más me necesita y yo necesito. 

Vivo muerta en la incoherencia de este mundo tan frágil con el alma clavada en una estaca. 
¿Y qué puedo hacer más que soportar la indiferencia de la mala suerte? Del tiempo planificado, ocupado, del perdido, del anhelado, del tiempo eléctrico, del naufragado. 
¿Qué puedo hacer si despierto y no encuentro tu silueta en mis sábanas? 
¿Cuándo? 

Abrir los ojos a otro día idéntico a los anteriores, no en sucesos sino en sensaciones, abrir los ojos y parpadear despacio por si los sueños aún no han acabado. Te tengo y te esfumas, despierto y te esfumas. 

Siento que la voz interrumpe el luto de silencio que en las mañanas se produce cuando despierto y no te encuentro. A veces vuelvo a cerrar los ojos para dejar que pase el tiempo a sus anchas, sin que se burle de mis ganas. 

Sospechosos habituales, de retorcerse entre los escombros, consiguiendo ver la luz del Sol.
De caminar por caminos de piedras afiladas, escalonadas, de obstáculos, de sangrar por los pies y seguir caminando. 
Culpables de noches eternas en nuestra mente y demasiado cortas en la realidad. 

Me refugio en la música y sus letras, agachada entre estrofas al calor de sus mensajes que explotan por los aires. 
Susurro, pienso y canto, porque como dice la canción "No me sonrojo si te digo que Te Quiero"