Parpadeos fugaces

viernes, 22 de junio de 2012

Mr. Valentín

Voy caminando por senderos de vida, carreteras de sangre, voy al centro de este cuerpo. Voy buscando la respuesta a todo esto; quién sabe si la hallaré o no. 
Atravieso a mi pequeño bombeador, y voy directo al problema. Delante de mí está el sabio. El que todo lo sabe y todo lo controla.
Dime gran sabio, ¿Cuál es el problema que tiene mi organismo contra mí? O simplemente ¿Qué es esto que tú y yo sentimos?
Pero no hay respuesta.  Hemos vuelto al principio. pero aún queda una oportunidad.
Veo desde aquí su resplandor rojo, poco a poco voy sintiendo su vida y su alegría. Cuánto más me acerco más oigo su cantar repetitivo, su canción a la vida. 
Estoy dentro, y ¿Ahora qué? Nunca antes había visitado este lugar. Me encuentro con pasillos del mismo color rojo que el bombeador, y para viajar más rápido me monto en un caballo blanco para dirigirme a él cara a cara.
He llegado.
No veo a nadie, esto está deshabitado, quién lo diría.
Pero empiezo a ver personas conocidas, pero están muy lejos. Y también la veo a ella, un poco más cerca.
¡Pero cerebro deja de pensar en el continuo "boom, boom" y formula tu pregunta!
Pero antes de poder hacer nada, mientras el bombeador cantaba su canción, una voz procedente de mi interior comenzó a decir:
"No preguntes, pues esa pregunta no tiene respuesta lógica. No huyas de tu destino, pues él ya te ha alcanzado. No intentes humillar al miedo, por que tú y yo sabemos que lo tienes. Tampoco contradigas a la verdad, porque te engañas a ti misma. ¿Qué te pasa? ¿Y tú me lo preguntas? Yo soy tú, y tú eres yo. Deberías saberlo, por mucho que lo niegues. Sabías que ese día llegaría, y ha llegado. Afróntalo, no sufras, me reconstruyo poco a poco con ayuda; no sufras. Vive. 
No tengas miedo, porque solo el cobarde lo tiene. Sé valiente y sigue hacia adelante. ¿Qué puedo decirte? Solo soy tu corazón, ese al que llamas bombeador, que nunca visitas porque tienes miedo a encontrarte contigo misma. Pero vivo contigo, no lo olvides, a mí nunca me engañarás."


¿Pero cómo? El amor es solo un sentimiento que te hace decir o escribir cursiladas; no existe, para mí no. Debe ser otra cosa, algo más importante.
¿Pero el qué? No tengo a nadie a quien preguntar. Me volveré loca buscando la respuesta, aunque la tenga delante y no quiera admitirlo.
Pensé que el amor sería como mariposas revoloteando en el estómago, como murciélagos alborotados dentro de una cueva con luz, un pétalo de rosa, del abrazo de una madre, de las risa de un bebé, de tener siempre los mofletes rojos, de decir cosas sin sentido mientras saltas de alegría. 
Pensé que sería eso. Estaba equivocada.
Nunca lo admitiré, pero no por miedo ni orgullo.
Simplemente por que no puedo. Porque sería un duro golpe para mi pensamiento sereno. Ahora no tan sereno.
Ahora que investigo más a fondo, he descubierto pequeñas cicatrices del tiempo. Pero no lo perderé, ahora no.
Porque da igual que el amor para mí sea como una vela apagada, como un espejismo, quimeras, incluso crueles pesadillas. Algo imposible de alcanzar, una canción borrada una lágrima seca, una sonrisa falsa, un empujón al vacío, ¡Nada!
Para mí eso es el amor, aunque trate de evitarlo por todos los medios y esta vez me haya pillado, aunque no lo admita. 
Seré así el resto de mi vida, pues esto nadie lo podrá cambiar. Qué más da si nadie me entiende, porque tú, Amor, no vencerás sobre mí, no me arrebatarás mi felicidad, no romperás mis sueños y algunas pesadillas, no me harás sonrojar si oigo hablar a los árboles, no me harás volar por las nubes, no me harás contemplar esos atardeceres de colores pastel, no intentarás juntarme con la soledad, y lo más importante, no me hundirás el espíritu. 
Esta carta es para ti, Amor, para que dejes de rondarme y torturarme. Ve a buscar a otra persona, manda a tus secuaces con arcos de oro a otro lugar.
Soy de hierro y no lo podrás remediar.


Que tengas un feliz San Valentín. 

miércoles, 13 de junio de 2012

Carta de despedida de un papel a unas tijeras.


No es más que mi piel tatuada con todo lo que te tengo que decir. Cada palabra es repasada y la tinta se desborda, mezclándose con la sangre que inunda mis poros. Solo soy un inocente papel blanco, donde podrían escribir historias de amor, coraje, miedo, acción, fantasía, cualquier cosa. A menuda me doblas las esquinas cuando estoy escrito, o me hacen una bola y me lanzan contra una papelera. 
He sido arrancado de la madre tierra, de todo lo que yo quise para vivir. Me cortaron y cortaron, y me exprimieron hasta convertirme en este invento industrial, sin color, ni corteza más gruesa que mi propia piel. La única defensa son mis bordes, transformándose en cuchillas si pasas el dedo con rapidez. 
Este color tan puro, no refleja nada. No dice nada. Estoy mudo con este color. Solo te da la oportunidad de mirar su pureza y mancharme con alguna salpicadura, con un derrame de tinta, con estas palabras.
Y entonces llegaste. 
Yo que te respeté cada vez que pasabas victoriosa, antes todas esas cartulinas heridas y mutiladas.
Yo que te saludé con miedo, cuando alzabas con simpatía tus aguijones. 
Tu instinto de viuda negra, cuchillas del infierno, temblaban los tacos de papeles al verte pasar. 
Sin darte cuenta nos dabas muerte a cada uno, tan frágiles. 
¡Cobarde cortante! Disfrutando de la masacre creabas figuras, y como si fueras a crear a Frankestein cada uno de nuestros trozos realizaba una composición. Y todo lo que sobraba lo tiras al olvido de una muerte más que no significa nada para ti. 
Para eso te crearon, para destruir. Y nosotros, tus víctimas no podemos defendernos de ti. 
Me siento muy mal, triste, avergonzado, melancólico, paranoico. Sé que en cualquier momento puede llegar mi final. No quiero ser cortado por la mitad, ni por una esquina, ni en cuadraditos ni como te de la gana. 
Soy tan frágil que casi no puedo moverme si no es por una fuerte brisa o un viento huracanado. 
Yo nací árbol y me convirtieron en esto. ¡En carne para tus cuchillas! 
Que alguien consiga doblarme hasta transformarme en un avión de papel, para volar sin que nadie me atrape. Que el timón sea la dirección por la que corre el viento desesperado y yo sea su simple sirvienta, una veleta, un perro faldero que le sigue a todas partes. 
¡Eh, niño! Juega conmigo y conviérteme en un barco de papel. Mi viaje no durará mucho pues mi propia piel se humedecerá y se inundará con el agua fría que toca mi casco. Y me hundiré en el fondo de cualquier charco, laguna, riachuelo que lleva a una alcantarilla o bajo las lágrimas del cielo que se funden con el agua del mar. Déjame ir. 
Solo quiero huir de tus garras. De tu poderío y tu prepotencia al tener el poder de quitar la vida u otorgar un segundo más de paz inquieta, donde no sabrás si serás ejecutado o perdonado por un minuto más.
Yo nací libre en una tierra fértil donde la esperanza brotaba a tu lado. Donde el viento no era tu guía sino un pasajero que preguntaba entre tus ramas a dónde ir.
Y aquí preso estoy, en estas cuatro paredes de este paquete ausente de color y vida. Debajo de mí hay muchos más papeles, dormidos, esperando la hora de su muerte. Y aquí estoy yo, el primero. Viéndote llegar.
Tus tenebrosas cuchillas brillan al sol y mi piel blanca reflecta toda esa luz. 
¿Es así como manda una señal la muerte? ¿Es así como aparece? ¿Con un resplandor blanco que identifica al asesino y su víctima? ¿Y nada más?
Me llevo tiempo escribirme en mi propia piel todo lo que quería hacer antes de ser asesinado. Pero a última hora cambio el guión. Con cada paso que das, segura de la atrocidad que vas a cometer conmigo,  dividiendo mi piel en cachitos y dejándolos caer en una simple papelera, me doy cuenta de lo que realmente tengo que hacer.
Una mano me agarra y me transporta hasta una superficie de madera. Coge a mi rival más temido y lo deja descansar a mi lado. La mano junto al cuerpo se va no sé donde. 

Aquí está el miedo que no me deja dormir por las noches. El susurro de un búho en mitad del bosque. La causa número uno de mi tembleque. Está a mi lado el monstruo que todo niño tiene y teme de pequeño. Sin protección, ni barreras, ni el destino de mi parte para que me salve de tal atrocidad.

Ahora es el momento de decirte, al oído de tu frío metal afilado que jamás llegué a imaginar que mi final sería un triste final. Al nacer árbol supe como moriría: siempre de pie.
Y ahora, casi en los huesos por no decir pellejos, con esta piel tan blanca y opaca, sin ningún saliente, una superficie virgen y perfecta, acabarás conmigo tan solo con dos movimientos de mano. Yo que en su día dí de respirar a la humanidad, darles un respiro en aquella alejada y tóxica ciudad, yo que en su día fui casa de todo tipo de aves y dí de comer a más de mil especies de insectos. Yo que tallé en mi árbol la dirección correcta, que mantuve la mirada al frente sin torcerme.  
Mírame ahora, tieso y temblando. 
Muero de tristeza cada vez que reflecto tu metal brillante. ¡Victoria! Pensarás. Yo lloro sin derramar lágrima alguna. 
¿Qué es lo que veo? 
Una ventana abierta y el viento soplando. Recorre mi cuerpo, me elevo un segundo. 
En el mismo instante en el que volé tan solo un segundo sentí su calor. 
El calor de aquella vela que perfumaba la habitación. 
Un poco más lejos de aquellas cuchillas del infierno allí estaba yo. Un soplo de viento más y no moriré. Moriré en paz. 
Atento miro a la ventana y las cortinas anuncian el siguiente vendaval. Aquí viene.
Me eleva. Siento toda la frescura del viento rozando mi superficie plana y blanca. Recuerdo cuando los árboles se movían a mi lado al compás del viento. Ese silbido...
Una de mis esquinas de uno de mis lados cae en la vela. 
Un hormigueo doloroso recorre rápido mi superficie. El humo sale de todas partes. 
Me devora. Muero en paz. 

Árbol fui y árbol seré, y ninguna cuchilla más cortará mi piel.