Parpadeos fugaces

miércoles, 19 de febrero de 2014

Favoritismo entre coche y andén, cuidado al poner el pie.

A veces saco a la rabia a pasear. Últimamente me gusta verla correr sin control por las calles. Pero cuando se calma, solo quedan silencios. Silencios huecos. Y luego nada. Vacío.
Vacío después de haber rebañado hasta el pellejo que queda cuando te arrancas el alma de cuajo.
¿Cuando se produce el momento exacto en el que bajas el brazo y sueltas la toalla? Sin tirarla con rabia, sin sacudir toda la mierda que se ha acumulado en esa toalla, sin mirarla apenado. ¿Cuando?

¿Cuando empiezas a echar de menos a alguien más en su presencia que en su ausencia? ¿Cuando?

Se había imaginado en su cabeza una especia de rueda, como las que ponen en las jaulas de los roedores para que se diviertan dentro de sus cárceles decoradas. Aquella rueda estaba quieta cuando no pensaba en nada. El bucle del sufrimiento subía y hacia ejercicio. Dependiendo del tema a tratar en su cerebro de espinas, el sufrimiento corría más o menos, aunque el resultado era el mismo, se quedaba dormida agotada de tanto pensar.

-Hola canas, ¿qué os contáis?
+¿Porqué lloras?
- No lloro, solo crezco y aprendo.

Aprendió a mantener el equilibrio entre alegría y tristeza, aunque siempre sintió algo más por una de ellas.
Y es que la diferencia entre las dos es que una de ellas nunca la abandonaba, aunque hiciese Sol.
Ambas se peleaban por su atención, y es que a veces la envidia las separaba y el caos las volvía a juntar.
Y entre calles mojadas de lluvia y recuerdos pegajosos como la resina de los pinos, se asomaba algo nuevo.

Ese "algo nuevo" escondía bajo su túnica un niño con cara de terror llamado Miedo. Y los dos crecían a la vez, los dos andaban juntos de la mano por su cabeza atormentada. Pero uno de los dos siempre hacía que la rueda que giraba cuando el sufrimiento hacia ejercicio, chirriase con fuerza y no le dejaba aclarar sus ideas.
Porque ella imaginaba una bañera con jabón, mucho jabón y pompas que volaban y explotaban, mientras desnudaba de prejuicios tontos a sus ideas macabras y las echaba al agua calentita y limpia. Mientras pensaba en las ideas que bañaba, éstas se aclaraban y por unos segundos parecía que la vida tenía un cierto orden.
Pero como los niños pequeños, no tardaban mucho en ensuciarse.

Miedo sentía miedo. Mucho miedo. Miedo a la oscuridad de su mente, miedo a la soledad injusta, miedo al dolor involuntario, al dolor que no te hace sangrar, al dolor de mirar hacia otro lado cuando te miran.
Miedo tuvo sueños donde se dejaba llevar y de la mano de su "algo nuevo" comenzaron a caminar. Y su piel de niño asustado se deshojaba más rápido que un árbol en otoño, y su interior transparente dejaba asomar un corazón blindado con un metal brillante que cegaba los ojos. Y al escucharlo latir cerró los ojos y dejó que el cuerpo donde vivía despertara del sueño. Parecía fácil desprenderse de su piel caduca, casi misión imposible fundir aquel metal.

-¿Piensas mucho en mí?
+Continuamente
Le confesaba a la Muerte.

Sabía que caminaba con ella. Desde que nació estuvo allí, observando como se hacía un hueco en la sociedad. Un hueco pequeño que a veces la agobiaba. Todos los cumpleaños soplaba con ella las velas. Y no sé quién de las dos estaba más alegre de soplarlas.

¿Cuando es el momento exacto en que empiezas a echar en falta la esencia que cubre tus alegrías día y noche? Es decir, ¿cuando empiezas a darte cuenta de que al día le faltan horas, al calendario días y a la noche amaneceres?

El momento exacto en el que cierras los ojos y el Miedo, ya crecido, se dejaba llevar contigo y se desnuda.
Tú lo haces rápido pero él lento. Se echa atrás.
Y tus palabras a punto de salir por tu boca de metro, vuelven hacia dentro.

Y caen sin poder aferrarse a algo que pare su caída por tu garganta, y en el fondo se acumula todo lo que no dijiste. Y ese nudo no te deja respirar cuando la ves marchar.

"Si tuviera ojos en la nuca llorarían más que los que tengo en la cara" Se decía a sí misma entre poemas.

¿Cuando será el momento exacto?
El momento exacto en el que no se diga nada mientras el ambiente lo dice todo, mientras la rueda del sufrimiento no se mueva, mientras las ideas no se ensucien, mientras el Miedo no tiemble de terror.

¿Cuando?
A velocidad de caracol laten mis latidos junto con sus sentimientos.
A algunas personas les cuesta menos arrastrarlos, soltarlos, darles libertad.
¿Nacieron con miedo debajo del brazo? ¿Creció fuera de ellos? ¿Nunca lo tuvieron?

¿Cuando será el momento exacto en que Miedo me bese y se deje llevar? Mientras se desnuda conmigo, besa tu piel, la mía, la suya, mientras añade días al calendario, horas al día, amaneceres a la noche.
¿Cuando será el momento en que deje de temblar?







domingo, 2 de febrero de 2014

En el tejado de siempre.

Para los que vagamos por las calles mirando las baldosas sucias del suelo, siguiendo los cuadraditos rotos que se fusionan con una esquina y dan a luz varias calles más. Los que arrastran cadenas rotas, oxidadas, con diez mil litros de lágrimas en cada eslabón, por cada noche que no pudo dormir, por cada día que no pudo sonreír.
Almas ingenuas que caminaban sobre una cuerda que temblaba, que engañaba, equilibrio peligroso sobre una confianza que se desmontaba en las malas caras, que se derrumbaba ante sus narices sin poder hacer nada.
Los que un día descubrieron que más allá del mural pintado en los límites del mundo, con sus infinitos bosques, su cielo azul y sus animales sonrientes, había veneno germinando de la tierra.
A vosotros, los que un día prendisteis fuego a vuestras vidas y os consumisteis tan rápido como un cigarrillo en un día de viento.
Los que un día e infinitas noches mirasteis al cielo contando las estrellas que algún día alcanzaríais, aunque solo fuese soñando.
Los que echaron el lazo a sus palabras y después las vomitaron en los baños públicos de la soledad, los que gritaron libertad y muerte, los que murieron por todo y por nada.
Para los que invitamos a dos copas más en la barra de un bar llamado Tristeza, mientras la muerte observa.
Los que apretaron los dientes mientras quemaban la aguja, dispuestos a cerrarse las heridas que sangraban cada día y no les dejaban dormir. Punto a punto, lágrima a lágrima, recuerdo a recuerdo. Cada pedazo de alma reconstruido con sangre y sudor, con nuevas esperanzas, con el corazón en marcha de nuevo.
Por los que nunca fardaron de sus cicatrices y aún así se mostraban orgullosos de verlas cerradas, por los que con fuerza siguieron hacia adelante y no se dejaron pisar. Porque empezaron a aplastar los pies contra el camino que habían elegido y jamás permitirían que las tormentas y terremotos les tumbaran en las cunetas.
Por los que acariciaron el rostro de la justicia magullada, humillada y violada por tantos desgraciados, por los que le limpiaron la cara e hicieron venganza.
Por los que dijeron siempre la verdad, porque habían nacido con ella en la piel, porque esa era su marca de nacimiento.
Los que fotografiaron los ojos de la muerte en el otro extremo del mundo y deambularon con las ojeras infectadas de imágenes de guerra, imágenes de niños muriendo de hambre, de niños soldado, obligados a matar a su propia familia, de soldados adultos desmembrados, de la tierra oscura, de los ríos secos, de las montañas huecas.
Para los que en una hora determinada el mundo dejó de girar.
Los que vieron que el Sol ya no les alumbraba, ya no sentían calor, para los que gritaron de desesperación hasta que sus gargantas fueron asfixiadas por una caja de madera y mucha tierra.
A vosotros que no os dejasteis vencer, ni con la piel ardiendo, ni con el corazón arrancado.
A los incansables cazadores de tiempo perdido, que cada segundo lo guardaban en sus bolsillos para tener algo que comer.
A vosotros que limpiáis la superficie de la mentira dejando ver su auténtica cara desfigurada.
Por los que se levantan hoy en día sintiéndose muertos, viajando solos en el tren, con el cuerpo vacío de alegría y la cabeza repleta de dudas.
Por los que sacan a bailar a la muerte en los bares, en las discotecas, en los callejones de los suburbios. A los que se partieron las manos por sus hijos, a los que se partieron la espalda por sus nietos y su impredecible futuro.
A los que la impotencia les inunda y les gana la batalla, pero no la guerra.
La marca del diablo bajo la piel para saber quiénes somos y qué nos pasó.
A los que acarician los epitafios con rabia, dolor y lágrimas condenando a la vida y la muerte, y el injusto correr del tiempo que nos deja arrugados, viejos, cansados, desamparados.
Por todos los que no pudieron enterrar a sus muertos y sus ideologías, por los que no pueden acariciar aquellos epitafios que recordarán tan solo el nombre y el apellido de lo que un día aquel humano fue e hizo por ellos.
A los que suspiran mirando al suelo y al cielo, a los que lloran sonriendo, a los que disparan furia sin piedad a la puerta del cielo, ese que tantas veces nos han prometido y jamás hemos visto, ese cielo que tantas veces nos han prometido y que tantas veces nos ha decepcionado.
A todos los que le falta medio corazón, porque lo perdieron con el tiempo o se lo robaron.

A ti, que vuelas entre tormentas de lluvia y arena desplumando tus alas. Y aún así sigues volando, firme, entre relámpagos. A ti que sabes que estoy en el tejado de siempre, viéndote volar.