Parpadeos fugaces

domingo, 2 de febrero de 2014

En el tejado de siempre.

Para los que vagamos por las calles mirando las baldosas sucias del suelo, siguiendo los cuadraditos rotos que se fusionan con una esquina y dan a luz varias calles más. Los que arrastran cadenas rotas, oxidadas, con diez mil litros de lágrimas en cada eslabón, por cada noche que no pudo dormir, por cada día que no pudo sonreír.
Almas ingenuas que caminaban sobre una cuerda que temblaba, que engañaba, equilibrio peligroso sobre una confianza que se desmontaba en las malas caras, que se derrumbaba ante sus narices sin poder hacer nada.
Los que un día descubrieron que más allá del mural pintado en los límites del mundo, con sus infinitos bosques, su cielo azul y sus animales sonrientes, había veneno germinando de la tierra.
A vosotros, los que un día prendisteis fuego a vuestras vidas y os consumisteis tan rápido como un cigarrillo en un día de viento.
Los que un día e infinitas noches mirasteis al cielo contando las estrellas que algún día alcanzaríais, aunque solo fuese soñando.
Los que echaron el lazo a sus palabras y después las vomitaron en los baños públicos de la soledad, los que gritaron libertad y muerte, los que murieron por todo y por nada.
Para los que invitamos a dos copas más en la barra de un bar llamado Tristeza, mientras la muerte observa.
Los que apretaron los dientes mientras quemaban la aguja, dispuestos a cerrarse las heridas que sangraban cada día y no les dejaban dormir. Punto a punto, lágrima a lágrima, recuerdo a recuerdo. Cada pedazo de alma reconstruido con sangre y sudor, con nuevas esperanzas, con el corazón en marcha de nuevo.
Por los que nunca fardaron de sus cicatrices y aún así se mostraban orgullosos de verlas cerradas, por los que con fuerza siguieron hacia adelante y no se dejaron pisar. Porque empezaron a aplastar los pies contra el camino que habían elegido y jamás permitirían que las tormentas y terremotos les tumbaran en las cunetas.
Por los que acariciaron el rostro de la justicia magullada, humillada y violada por tantos desgraciados, por los que le limpiaron la cara e hicieron venganza.
Por los que dijeron siempre la verdad, porque habían nacido con ella en la piel, porque esa era su marca de nacimiento.
Los que fotografiaron los ojos de la muerte en el otro extremo del mundo y deambularon con las ojeras infectadas de imágenes de guerra, imágenes de niños muriendo de hambre, de niños soldado, obligados a matar a su propia familia, de soldados adultos desmembrados, de la tierra oscura, de los ríos secos, de las montañas huecas.
Para los que en una hora determinada el mundo dejó de girar.
Los que vieron que el Sol ya no les alumbraba, ya no sentían calor, para los que gritaron de desesperación hasta que sus gargantas fueron asfixiadas por una caja de madera y mucha tierra.
A vosotros que no os dejasteis vencer, ni con la piel ardiendo, ni con el corazón arrancado.
A los incansables cazadores de tiempo perdido, que cada segundo lo guardaban en sus bolsillos para tener algo que comer.
A vosotros que limpiáis la superficie de la mentira dejando ver su auténtica cara desfigurada.
Por los que se levantan hoy en día sintiéndose muertos, viajando solos en el tren, con el cuerpo vacío de alegría y la cabeza repleta de dudas.
Por los que sacan a bailar a la muerte en los bares, en las discotecas, en los callejones de los suburbios. A los que se partieron las manos por sus hijos, a los que se partieron la espalda por sus nietos y su impredecible futuro.
A los que la impotencia les inunda y les gana la batalla, pero no la guerra.
La marca del diablo bajo la piel para saber quiénes somos y qué nos pasó.
A los que acarician los epitafios con rabia, dolor y lágrimas condenando a la vida y la muerte, y el injusto correr del tiempo que nos deja arrugados, viejos, cansados, desamparados.
Por todos los que no pudieron enterrar a sus muertos y sus ideologías, por los que no pueden acariciar aquellos epitafios que recordarán tan solo el nombre y el apellido de lo que un día aquel humano fue e hizo por ellos.
A los que suspiran mirando al suelo y al cielo, a los que lloran sonriendo, a los que disparan furia sin piedad a la puerta del cielo, ese que tantas veces nos han prometido y jamás hemos visto, ese cielo que tantas veces nos han prometido y que tantas veces nos ha decepcionado.
A todos los que le falta medio corazón, porque lo perdieron con el tiempo o se lo robaron.

A ti, que vuelas entre tormentas de lluvia y arena desplumando tus alas. Y aún así sigues volando, firme, entre relámpagos. A ti que sabes que estoy en el tejado de siempre, viéndote volar.

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