Parpadeos fugaces

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Los signos de aire también lloran.

Es verdad, los días de mierda son auténticos días de mierda. Una tubería atascada por kilos y kilos de mierda que vas tragando y al final se te atraganta.
Es verdad, los días de auténtica mierda se propagan por tu cerebro, sumergido entre litros de más mierda, ahogándole en un bucle de pensamientos de mierda y más mierda.
Tan fácilmente como los segundos crecen convirtiéndose en minutos, los días de auténtica mierda pueden llegar a crecer hasta semanas, meses, años, milenios.
Porque la mierda que desprenden esos días, es una especie de olor a malestar mental, de ojeras que gritan ¡Duérmete!  De la mismísima depresión durmiendo al otro lado de tu cama, quitándote la manta y las obligadas ganas de dormir.
Muchas veces hemos sentido que encajábamos en la letra de una canción como si de un guante se tratara, y en ese pequeño instante de paz, todo se disipa y tu cerebro se relaja balanceándose en las líneas del pentagrama.
Aquel piano sonaba fantástico, pero al terminar la soledad volvía a reinar.
Allí estábamos los dos, aquel gigantesco día de auténtica mierda y yo, mirándonos fijamente en el espejo.
Quizás esta etapa la ha experimentado toda la humanidad, quizás algunos todavía la tienen que experimentar y otros, como yo, estarán pasando por ella ¿Por qué sino encajo tan bien en esa canción?
La vida, es verdad, se balancea y se retuerce por los renglones de nuestras emociones rasgando cada milímetro de nuestra piel haciéndonos temblar. Quizás no, quizás la vida no signifique nada importante, nada que haya que describir con los peores recuerdos y los mejores momentos.
Yo solo sé que estoy frente al espejo pensando en nada, mirando mi cara, seria, sin nada que decir.
Había muchas veces que pensaba en un vaso roto.
La historia del vaso roto encajaba a la perfección en su cuerpo, era imposible quitarse de la cabeza el sonido de cada pedazo de cristal estrellándose contra el suelo.
“Si el vaso ya está roto, un lo siento no puede volver a construirlo”

Llega la tarde y pasan tres días, en el calendario no se divisa ningún cambio  de parte de los sábados y en el cielo las nubes tapan el calor y la luz.
Todo sigue igual, la misma decepción, los mismos sonidos al arrastrar los pies, la misma sensación de estar adentrándote aún más en toda la mierda que acumulaste ayer.
Había días que hablabas con la muerte a oscuras y susurrando en sueños donde la única salida estaba colocada en tu garganta ¿Debía tragarme a mí misma? ¿Es una metáfora del orgullo?
Dos milenios y dos mil kilos de mierda después, seguía sin entender porque aquellos cambios de humor tan radicales florecían de los cristales rotos de aquel vaso.
Las conversaciones eran simples bocadillos vacíos y rotulados.
No comprendía ni siquiera si la vida realmente servía para algo o no servía, o si eres tú el que no importa o sí lo hace, nada.
Las palabras son como puñales y de cada trozo de cristal roto florecía una, después comprendió que decir “lo siento” solo hacía que lloviera más, haciéndose más grandes.
 En un momento de poca lucidez decidió arrancarse los zapatos de los pies y pisar todas aquellas flores en forma de palabras horribles e hirientes. Sus pies sangraban, pero no podía aguantar más la situación.
Tus cristales me duelen a pesar de que te rompí en mil pedazos, actué de pegamento pero no fue suficiente, ya que los rasguños seguirán allí.
No quiero construirte de nuevo, quiero que crezcas conmigo, pedazo a pedazo, todos estos cristales son culpa mía y cada una de estas palabras envenenadas me asfixiara en el recuerdo todos los días.
Quiero que la ropa no me pese, no arrastrar los pies ni las ganas de andar sobre este mundo asfaltado. Quiero tantas cosas que encajen en una canción para que la escuches, tantas cosas que quiero que encajen en un texto a la deriva como este.
Y piso con fuerza sobre los cristales aplastando todo y haciéndolo pedazos. Un charco de sangre baña la escena y el escozor de los cortes me inunda los ojos.
No sé cómo hacerlo, no tengo ideas.
Vuelve todo a renacer si el recuerdo aparece y los cristales crecen, junto con los días de auténtica mierda.
Ya no sé porque sangro, porque sigo pisando los cristales rotos, me hacen polvo los pies y el alma.

Los días que dejo ver mi interior, de espaldas al Sol, se divisan mis cristales rotos. Caen como pétalos de rosa, aquí, justo en el pecho.
Mirándome las alas se me han caído un par de plumas que nada más tocar el suelo se quemaron. Era verdad, vagaba por mi mente buscando una solución, una respuesta al enigma de los días de auténtica mierda.  
Llevo a la altura de los calcetines el alma y pesa casi tanto como la conciencia aplastándote. Esta vez tiro de hilo y aguja y coso la herida empapada en olvido y la dejo secar. Mis cristales rotos también tienen flores.

Estoy cansada de bañarme en este charco aun así sigo flotando. Cierro los ojos y me dejo caer, ¿estarás allí abajo cuando llegue?
La razón no vuelve a aparecer en mitad de la caída, ¿seguirás estando allí cuando llegue?

Mis pies se mueven de un renglón a otro, saltando en los puntos suspensivos como si de pasiles se tratara y en el suelo un espejo, donde se ve la piel arrancada del pecho, un corazón latiendo, unas palabras que en todo su esplendor se dejan desgarrar por ti curándose después entre tus brazos, unas palabras que no sirven para nada pero que retumban en los oídos del que siente y encaja.
Es verdad, no soy ejemplar. Quizás es todo lo opuesto a lo que pensabas, un prototipo que ha terminado explotando sin ser usado, no encajo. Una mezcla entre Martini con hielo y un sofoco en verano, así es, misteriosa, compuesta de viento, arrimándote a su vida para que vueles en su corriente, ajena al mundo, ajena a ella misma.
Nunca jamás hemos tenido el pasado tan presente en aquellos cristales que rasgaban mis pies.
Los signos de aire también lloran con la lluvia que cae de una herida de bala, no pueden respirar y lloran, así es el jodido viento cambiante.
Es verdad, no soy ninguna mierda andante, no soy la mujer a la que estás acostumbrado ni a la que te imaginabas, ni siquiera encajo en toda esta mierda. Tú tampoco eres una mierda andante y deseo acostumbrarme a ti, tampoco encajamos en ningún lado porque nosotros nos creamos nuestro propio hueco.

Hay días donde entierro la cabeza en el fango y me ahorro el salir a la superficie y preguntar, mi palabra no vale nada y simplemente el mundo deja de girar, por una cosa o por otra, siento que no hay movimiento, que no avanzamos, que nos gusta vivir y revolcarnos en la mierda que nos ha dejado nuestro pasado, nos encanta hacernos el vacío.

Me creas o no sigo muerta en vida, tan lejos de tu esencia y tan cerca de tu recuerdo, encadenada a tu encanto, a tus tonterías, a tus ideas.
Me río pensando en aquel muro tan difícil de escalar, aquí dentro, ladrillo a ladrillo, una fortaleza contra el ser humano. Allí arriba pensaba que era invencible, solitaria. Pero cuando me quise dar cuenta ya estabas allí arriba, sonriendo, haciéndome compañía.
Y ahora el muro es de papel en un clima donde siempre llueve y éste se deshace y se lo lleva la corriente  junto con todas las barreras que conseguiste atravesar.
No soy nadie. Me miro en el espejo y no soy nadie, soy piel, carne y hueso y unos ojos grandes que reflejan una mirada inevitablemente perdida. Siento que nuestro mundo se tambalea y me entran náuseas.
Cuanto más pienso en qué quieres menos llego a la solución, ni siquiera sé porque ya no me reconozco en el espejo cuando los ojos amanecen hinchados, tampoco sé porque tengo la sensación de estar girando dentro de una lavadora, ahogándome.

No entiendo una mierda de lo que está pasando, solo sé que de vez en cuando pega el chispazo y me termino electrocutando.  Me siento tan imbécil, tan estúpida y frágil, ridícula, fea y jodidamente fracasada. Puta sin yo saberlo y sosa de cojones.
No encuentro el encanto a los días soleados,  me gusta el gris y el negro y prefiero la montaña al mar. Ni siquiera sé que cojones hago con mi vida.

Da igual, llega el momento de besarte la cara y se me olvida todo en cuanto mis labios rozan tu piel y tu barba escondida. Y mis brazos rodean tu escena y nos cubre un telón enorme que nos aísla y nos hace olvidar todos nuestros complejos que nos echamos en cara en el espejo. Y siento tu olor quedándose a vivir en mi ropa y siento que estoy de nuevo en casa, que mi corazón late deprisa para alcanzar al tuyo y sincronizarse, que directamente se para el tiempo o nosotros mismos nos congelamos para recrear después una y otra vez ese recuerdo cuando estamos lejos.
Si nos hemos criado bajo la lluvia ¿Por qué ahora huimos de ella? Siempre te he recordado bajo el mar de estrellas o a la sombra del árbol más grande que había, como una especie de héroe que había caído en mi nido por casualidad.
Y cada vez que me duermo en la más profunda oscuridad recuerdo tu olor y tus ojos, tus tonterías y tus palabras:


“Pensando que hacer para sorprenderte y que sientas que estas mejor que nunca y que estés tan feliz que ni te lo creas y te levantes siempre motivada, que veas que eres un gran ejemplo a seguir en muchas cosas”