Es verdad, los días de mierda son auténticos días de mierda.
Una tubería atascada por kilos y kilos de mierda que vas tragando y al final se
te atraganta.
Es verdad, los días de auténtica mierda se propagan por tu
cerebro, sumergido entre litros de más mierda, ahogándole en un bucle de
pensamientos de mierda y más mierda.
Tan fácilmente como los segundos crecen convirtiéndose en
minutos, los días de auténtica mierda pueden llegar a crecer hasta semanas,
meses, años, milenios.
Porque la mierda que desprenden esos días, es una especie de
olor a malestar mental, de ojeras que gritan ¡Duérmete! De la mismísima depresión durmiendo al otro
lado de tu cama, quitándote la manta y las obligadas ganas de dormir.
Muchas veces hemos sentido que encajábamos en la letra de una
canción como si de un guante se tratara, y en ese pequeño instante de paz, todo
se disipa y tu cerebro se relaja balanceándose en las líneas del pentagrama.
Aquel piano sonaba fantástico, pero al terminar la soledad
volvía a reinar.
Allí estábamos los dos, aquel gigantesco día de auténtica
mierda y yo, mirándonos fijamente en el espejo.
Quizás esta etapa la ha experimentado toda la humanidad,
quizás algunos todavía la tienen que experimentar y otros, como yo, estarán
pasando por ella ¿Por qué sino encajo tan bien en esa canción?
La vida, es verdad, se balancea y se retuerce por los
renglones de nuestras emociones rasgando cada milímetro de nuestra piel
haciéndonos temblar. Quizás no, quizás la vida no signifique nada importante,
nada que haya que describir con los peores recuerdos y los mejores momentos.
Yo solo sé que estoy frente al espejo pensando en nada,
mirando mi cara, seria, sin nada que decir.
Había muchas veces que pensaba en un vaso roto.
La historia del vaso roto encajaba a la perfección en su
cuerpo, era imposible quitarse de la cabeza el sonido de cada pedazo de cristal
estrellándose contra el suelo.
“Si el vaso ya está roto, un lo siento no puede volver a
construirlo”
Llega la tarde y pasan tres días, en el calendario no se divisa
ningún cambio de parte de los sábados y
en el cielo las nubes tapan el calor y la luz.
Todo sigue igual, la misma decepción, los mismos sonidos al
arrastrar los pies, la misma sensación de estar adentrándote aún más en toda la
mierda que acumulaste ayer.
Había días que hablabas con la muerte a oscuras y susurrando
en sueños donde la única salida estaba colocada en tu garganta ¿Debía tragarme
a mí misma? ¿Es una metáfora del orgullo?
Dos milenios y dos mil kilos de mierda después, seguía sin
entender porque aquellos cambios de humor tan radicales florecían de los
cristales rotos de aquel vaso.
Las conversaciones eran simples bocadillos vacíos y
rotulados.
No comprendía ni siquiera si la vida realmente servía para
algo o no servía, o si eres tú el que no importa o sí lo hace, nada.
Las palabras son como puñales y de cada trozo de cristal roto
florecía una, después comprendió que decir “lo siento” solo hacía que lloviera
más, haciéndose más grandes.
En un momento de poca
lucidez decidió arrancarse los zapatos de los pies y pisar todas aquellas
flores en forma de palabras horribles e hirientes. Sus pies sangraban, pero no
podía aguantar más la situación.
Tus cristales me duelen a pesar de que te rompí en mil
pedazos, actué de pegamento pero no fue suficiente, ya que los rasguños
seguirán allí.
No quiero construirte de nuevo, quiero que crezcas conmigo,
pedazo a pedazo, todos estos cristales son culpa mía y cada una de estas
palabras envenenadas me asfixiara en el recuerdo todos los días.
Quiero que la ropa no me pese, no arrastrar los pies ni las
ganas de andar sobre este mundo asfaltado. Quiero tantas cosas que encajen en
una canción para que la escuches, tantas cosas que quiero que encajen en un
texto a la deriva como este.
Y piso con fuerza sobre los cristales aplastando todo y
haciéndolo pedazos. Un charco de sangre baña la escena y el escozor de los
cortes me inunda los ojos.
No sé cómo hacerlo, no tengo ideas.
Vuelve todo a renacer si el recuerdo aparece y los cristales
crecen, junto con los días de auténtica mierda.
Ya no sé porque sangro, porque sigo pisando los cristales
rotos, me hacen polvo los pies y el alma.
Los días que dejo ver mi interior, de espaldas al Sol, se
divisan mis cristales rotos. Caen como pétalos de rosa, aquí, justo en el
pecho.
Mirándome las alas se me han caído un par de plumas que nada
más tocar el suelo se quemaron. Era verdad, vagaba por mi mente buscando una
solución, una respuesta al enigma de los días de auténtica mierda.
Llevo a la altura de los calcetines el alma y pesa casi tanto
como la conciencia aplastándote. Esta vez tiro de hilo y aguja y coso la herida
empapada en olvido y la dejo secar. Mis cristales rotos también tienen flores.
Estoy cansada de bañarme en este charco aun así sigo flotando.
Cierro los ojos y me dejo caer, ¿estarás allí abajo cuando llegue?
La razón no vuelve a aparecer en mitad de la caída, ¿seguirás
estando allí cuando llegue?
Mis pies se mueven de un renglón a otro, saltando en los
puntos suspensivos como si de pasiles se tratara y en el suelo un espejo, donde
se ve la piel arrancada del pecho, un corazón latiendo, unas palabras que en
todo su esplendor se dejan desgarrar por ti curándose después entre tus brazos,
unas palabras que no sirven para nada pero que retumban en los oídos del que
siente y encaja.
Es verdad, no soy ejemplar. Quizás es todo lo opuesto a lo
que pensabas, un prototipo que ha terminado explotando sin ser usado, no
encajo. Una mezcla entre Martini con hielo y un sofoco en verano, así es,
misteriosa, compuesta de viento, arrimándote a su vida para que vueles en su
corriente, ajena al mundo, ajena a ella misma.
Nunca jamás hemos tenido el pasado tan presente en aquellos
cristales que rasgaban mis pies.
Los signos de aire también lloran con la lluvia que cae de
una herida de bala, no pueden respirar y lloran, así es el jodido viento
cambiante.
Es verdad, no soy ninguna mierda andante, no soy la mujer a
la que estás acostumbrado ni a la que te imaginabas, ni siquiera encajo en toda
esta mierda. Tú tampoco eres una mierda andante y deseo acostumbrarme a ti,
tampoco encajamos en ningún lado porque nosotros nos creamos nuestro propio
hueco.
Hay días donde entierro la cabeza en el fango y me ahorro el
salir a la superficie y preguntar, mi palabra no vale nada y simplemente el
mundo deja de girar, por una cosa o por otra, siento que no hay movimiento, que
no avanzamos, que nos gusta vivir y revolcarnos en la mierda que nos ha dejado
nuestro pasado, nos encanta hacernos el vacío.
Me creas o no sigo muerta en vida, tan lejos de tu esencia y
tan cerca de tu recuerdo, encadenada a tu encanto, a tus tonterías, a tus
ideas.
Me río pensando en aquel muro tan difícil de escalar, aquí
dentro, ladrillo a ladrillo, una fortaleza contra el ser humano. Allí arriba
pensaba que era invencible, solitaria. Pero cuando me quise dar cuenta ya
estabas allí arriba, sonriendo, haciéndome compañía.
Y ahora el muro es de papel en un clima donde siempre llueve
y éste se deshace y se lo lleva la corriente junto con todas las barreras que conseguiste
atravesar.
No soy nadie. Me miro en el espejo y no soy nadie, soy piel,
carne y hueso y unos ojos grandes que reflejan una mirada inevitablemente
perdida. Siento que nuestro mundo se tambalea y me entran náuseas.
Cuanto más pienso en qué quieres menos llego a la solución,
ni siquiera sé porque ya no me reconozco en el espejo cuando los ojos amanecen
hinchados, tampoco sé porque tengo la sensación de estar girando dentro de una
lavadora, ahogándome.
No entiendo una mierda de lo que está pasando, solo sé que de
vez en cuando pega el chispazo y me termino electrocutando. Me siento tan imbécil, tan estúpida y frágil,
ridícula, fea y jodidamente fracasada. Puta sin yo saberlo y sosa de cojones.
No encuentro el encanto a los días soleados, me gusta el gris y el negro y prefiero la
montaña al mar. Ni siquiera sé que cojones hago con mi vida.
Da igual, llega el momento de besarte la cara y se me olvida
todo en cuanto mis labios rozan tu piel y tu barba escondida. Y mis brazos
rodean tu escena y nos cubre un telón enorme que nos aísla y nos hace olvidar
todos nuestros complejos que nos echamos en cara en el espejo. Y siento tu olor
quedándose a vivir en mi ropa y siento que estoy de nuevo en casa, que mi
corazón late deprisa para alcanzar al tuyo y sincronizarse, que directamente se
para el tiempo o nosotros mismos nos congelamos para recrear después una y otra
vez ese recuerdo cuando estamos lejos.
Si nos hemos criado bajo la lluvia ¿Por qué ahora huimos de
ella? Siempre te he recordado bajo el mar de estrellas o a la sombra del árbol
más grande que había, como una especie de héroe que había caído en mi nido por
casualidad.
Y cada vez que me duermo en la más profunda oscuridad recuerdo
tu olor y tus ojos, tus tonterías y tus palabras:
“Pensando que hacer para sorprenderte y que sientas que estas
mejor que nunca y que estés tan feliz que ni te lo creas y te levantes siempre
motivada, que veas que eres un gran ejemplo a seguir en muchas cosas”