Parpadeos fugaces

miércoles, 3 de diciembre de 2014

El orgullo que se rompe de un soplido cuando el corazón y la razón susurran hablando de ti.

Normalmente cuando se habla  de amor, se habla de corazón.
El órgano más famoso que nos mantiene vivos y el icono más típico para el sentimiento que muchas veces mueve el mundo.
Se habla de latidos, de palpitaciones, de que hemos sentido cada milímetro de su flecha atravesándonos el pecho.
Se coquetea con la idea de que la razón no entiende al corazón. Hoy he llegado a la conclusión de que nos equivocamos.
Porque si la razón no entiende al corazón, ¿Quién lo va a hacer?
Metafóricamente la razón habita en otro de nuestro órgano más preciado, el cerebro.

Quitando de en medio y limpiando los cacharros y harapos viejos de los tópicos como perder la cordura, morir de amor u otros similares he llegado a la conclusión de que solo la razón es la que está buscando la respuesta a la pregunta  que el corazón se niega a desvelar. Sin embargo nosotros la dejamos de lado.

Desde que disparaste a quemarropa a mi alma sé que nunca lo llevo encima, que solo es carne que sigue su función. Carne, músculos y movimientos rítmicos; sangre, vida.
Todo su contenido místico, incluso mi alma, lo tienes tú.

Y ahora que no tengo corazón, ¿dónde vives? Porque te siento respirar, oigo el eco de tu voz, casi puedo tocarte y sin embargo no te encuentro. A veces me miro en el espejo y allí estás, en el brillo de mis ojos, sonriendo.
A veces siento tus pies apoyándose en mis ideas, viajando a través de ellas. Susurras a mis musas y las estimulas, como si las dieras órdenes. Pero sigo sin encontrarte.

Cuando la lluvia me resbala por la piel te siente tiritar, con las manos frías y la nariz roja.
Después de volver a las andadas entre cigarro y papel, chinas y humos la nueva perspectiva alucinógena me lo deja claro. Ya sé donde estás.

Estabas ahí todo el tiempo. En mi piel, en mis ojos, en mi cabeza. Dentro de mi cerebro, ¡allí estás!
Porque, ¿Cómo sino iba a sentirte andar? Largos paseos por mi cabeza temblando del frío cuando yo lo tengo. De aquí para allá, utilizando las flechas para atravesarme.
Vagas continuamente por mis pensamientos, saltando de uno al otro, aunque haya kilómetros de por medio.
Sin normas a las que respetar te cuelas en mis sueños, hablándome de estrellas, de besos y  de mares.

Descalzo te paseas por los recuerdos que tengo contigo y me dejas ausente, suspirando, mirando sin mirar a cualquier sitio.
Cada día que pasa estás más cómodo en la azotea de la razón, alimentando sin piedad los deseos de verte más allá de los sueños.

Alojado en mis entrañas juegas con mi nostalgia dándole a entender que dueles cuando pasa el tiempo, tú allí yo aquí, y que sanas cuando tú y yo estamos allí.

Te imagino dar largos paseos por mis murallas, viéndolas caer a tu paso, imagino como salpicas de agua que una vez fue hielo a mis neuronas, como acaricias mis miedos haciéndolos ronronear, como nadas en mi vacío ocupando hasta el último centímetro de la nada.

Cuando yo imagino tú imaginas conmigo, colándote en mis oídos a través de la música, escribiendo a través de mis dedos, allí estás.

Porque si la razón no entiende al corazón, ¿Porqué ella comprende que te necesita allí, en mi cabeza?
Porque sino estuvieras aquí ocupando todo el vacío de mi ser, ¿dónde estarías?

¿Dónde estaría yo?