Parpadeos fugaces

jueves, 25 de octubre de 2012

¡Atención! ¡Romántico del siglo XIX!

De nuevo las manos manchadas de remordimientos, anhelo en el aroma de tu aliento, te pesan las pestañas ya que no soportan el peso de los sueños, los ojos rojos de tanto observar y recordar.
Tienes la cabeza frita de tanto pensar, tu boca reseca de cariño y tus oídos sordos del ruido de tu alrededor, tantas voces que hablan y no entendemos ni la mitad de la misa.
¿Y qué me dices de tus dedos? Acariciando la tristeza a través de cualquier instrumento musical, componiendo historias pasadas y descomponiendo su final feliz, traumatizando las notas, ahorcándolas en sus propias líneas del pentagrama.
Soledad que desciende de tu pelo durmiendo contigo en la almohada; ya no te persigue ni tu propia sombra cansada de andar siempre de noche.

Tonos bajos en la música de tus adentros, habla tu voz y que opine el corazón: guarda silencio.
Tu libertad de viaje y tu encerrada en la maleta, tu piel se retuerce y se desquebraja, partiéndose en pedazos de hielo cuando recuerda el murmullo de tu respiración.

¿Y tú futuro dónde está?

domingo, 21 de octubre de 2012

De casualidad encontré el Nirvana.

Las ventanas estaban cerradas y fuera la lluvia golpeaba la superficie asfaltada de la ciudad, derramando litros y litros de suciedad calle abajo. Los árboles se agitaban alocados desprendiendo sus preocupaciones en forma de hojas secas y dejando que el viento se las llevara.
Aquí dentro huele a café, y mis manos frías rodean la taza ardiente y humeante para entrar en calor. No hay nada como el cálido vapor que te derrite por dentro. Y entre la amargura del café y la dulzura del azúcar metí la cucharilla y empecé a remover. El primer sorbo me quemó los labios y alivió mi garganta.
El pijama, roído por el desgaste y manchado de manchas que nunca nadie sabrá de qué son dejaba entrar a los escalofríos que provocaban a mi piel de gallina.
Mis pies fríos se rozaron con las sábanas, metiéndose poco a poco debajo del nórdico. Los dos juntos se restregaban para darse calor mutuo, y pasados unos minutos entraron en calor.
Doblé la almohada por la mitad y la apoyé contra la pared, junto con el cojín, tumbándome encima.
Seguí sujetando la taza con una mano, y la otra empezó a rascarme la cabeza, pensativa; de fondo el sonido de la lluvia iba despareciendo y tan solo se oía el "clong,clong" de las gotas que caían en la trampa de la gravedad, precipitándose contra el suelo.
La luz triste de un día nublado no quería entrar por las cortinas, avergonzado, se quedo en el reflejo de mis ventanas. Se escuchaba el viento, que susurraba secretos entre corrientes y azotaba sin piedad los edificios de la ciudad.
El vapor de café huye de la taza, retorciéndose hacia arriba hasta desaparecer. Doy el último trago, más dulce que amargo, y dejo la taza en la mesilla.
Me sumerjo entre sábanas y el nórdico.
Ni rastro del sueño que anhelo desde hace un tiempo, dejo caer los párpados y éstos se resisten. Vuelta a la izquierda, y está frío. Después de contagiar mi calor a la tela me vuelvo al lado derecho, que está también frío. Vuelvo a darme la vuelta.
Giro la cabeza y entre sombras y luces frágiles y desamparadas se asoma el tímido tic tac del reloj. Las manecillas anuncian el insomnio una vez más en unos meses, unos años, casi media vida.
El silencio acaricia mi calor: ¿Tendrá miedo de soñar?

Cierro los ojos e invento sueños para distraerme de la preocupación que nace en mí al no ver venir nunca de vuelta el sueño. Y se escuchan pasos rápidos en la oscuridad de mis párpados, y después se vislumbra una imagen.
Caminaba rápido a un destino lejano a las afueras de mi entendimiento, el Sol en paro finalmente despedido por no alumbrar. Las nubes arropaban un cielo invernal, deseoso de hacernos tiritar.
Un reflejo rojo y la intuición en marcha quiso que el Capitán cambiara el rumbo y de repente, cambié el paso hacia otro lugar.
En medio de ese mar de dudas se me hundió el barco, y el tiempo, acostumbrado a pararse cuando menos lo necesitas ralentizó mi paso y los reflejos para hablar.
La lengua echa un nudo, temblando por sí el Capitán sacaba su espada y se ponía a acuchillar. ¿Y sí de repente empiezo a llover? ¿Y si el silencio seca mis pupilas y mi cuerpo cae al suelo?
Pero no ocurrió nada de eso. No sentí nada, excepto un pequeño temblor.
El adiós siempre ha sido un final seco, pero este pasó desapercibido, ni siquiera miró directamente. Siguió andando como si nada y yo noté mi caminar extraño.
Las piernas se entrelazaban y se escaqueaban de un paso normal y decisivo. Pensaba, ¿Seguro que nada?
Seguí andando rascándome la cabeza pensando en nada solo en caminar.

Abro los ojos.
Los pies otra vez fríos y el cuerpo temblando. Sudores fríos desembocando en escalofríos, anhelo el calor de la taza de café.
Comienza a llover y me doy  la vuelta, cierro los ojos.
No sentí nada, pero algo extraño pasa aquí dentro. ¿Temblará el Capitán también?

domingo, 14 de octubre de 2012

Esperan demasiado de nosotros.

Quisimos ser alguien en un mundo anónimo, castigado por el fuerte oleaje de las modas pasajeras. Quisimos ser felices en un mundo infectado de sonrisas falsas y puñaladas traperas. Quisimos ser tantas cosas que se nos olvidó ser nosotros mismos.
Ni siquiera el oxígeno que respiramos es real. Las agujas del tiempo deforman nuestra apariencia.
Convencidos de que la vida es eterna la muerte no nos asusta, pero allí está, en espera.
Los recuerdos de una niñez gris enterrados en el jardín bajo la tierra del dolor.
Háblame destino: ¿Qué vendrá tras muchas tragedias? ¿Y después de despertar de un sueño? ¿Lleva tu firma esta pesadilla?
Encerrados en este mundo vagando por bucles de carreteras desgastadas, ocupando pisos que después abandonaremos, irrumpiendo en vidas ajenas que después cobran sentido todos sus sentimientos.
¿A dónde vamos? ¿Durará la gasolina de este cuerpo tan mecánico todo el viaje?
¿Y qué hay de tu piel y la mía? Descomponiéndose en mil pedazos que devorará la tierra; seremos olvidados, a pesar, de que quisimos ser alguien. Empeñados en llegar a lo más alto llegamos al fin del mundo desnudos de experiencia. Tosemos sílabas que escupen frases constipadas de algún significado ronco, que te contagia fácilmente sin vacilar a tus defensas.
Y cuando las arrugas camuflen la belleza, ¿Dónde estarán nuestros sueños? ¿Hace cuánto huyeron? ¿Cuando los olvidamos? ¿Recuerdas cuando el mundo parecía nuestro? ¿Sigue siéndolo? 
Hormigas atrapadas en un mundo que superficialmente conocemos, rodeados de colmenas gigantes, desparasitando la verdad a duras penas.

El tiempo corre y las hojas otoñales caen lentamente y cuando llegan al suelo comienza el invierno.
Crudo invierno que congela nuestros corazones y cocina el rencor al fuego lento de algún barril de vagabundos callejero.
Y cuando perdonemos en primavera, las heridas se curarán en verano, tostando las lágrimas que se guardaron en invierno.

Quisimos ser diferentes, por el miedo a ser todos iguales. 
Quisimos ser lo más grande olvidando de dónde somos y de qué paste estamos hechos.
Quisimos ser lo que todo el mundo ansía; la felicidad, abrir la mano y que estuviera ahí; el dinero, meter la mano en el bolsillo y sentir su tacto.
¡Lo queremos todo! Y cuánto más tenemos más queremos sin darnos cuenta, de que lo único que necesitamos en realidad, es a nosotros mismos.