Llegan algunos momentos de reflexión en mi vida, cuando pienso profundamente en temas descabellados, situaciones imaginarias, cualquier situación que un médico o un psiquiatra declararía como alguien que sufre esquizofrenia o alguna enfermedad grave de la cabeza.
Al principio de dicha reflexión, pienso en toda la gente que estuvo o está en mi vida, porque la que vendrá, pues sin prisa la espero, distraída.
La pregunta que se convierte en el pistoletazo de salida de dicha reflexión se forjó a partir de una micro obsesión que tengo, o de un gran final que tendremos todos, la muerte.
Porque, hay muchas películas y series de fantasmas que se comunican con los vivos y van a sus propios entierros, pero ese sentimiento de impotencia al ver tu cuerpo frío e inerte es totalmente artificial.
¿Qué se sentiría realmente al estar en tu propio funeral, junto a tus seres queridos quebrando violentamente el silencio con sus llantos mientras observas desconcertado tu cuerpo sin vida dentro de una caja decorada con flores?
A parte de que tu corazón, ya muerto, se partiría al escuchar a los de tu propia sangre llorar sin consuelo alguno, ¿se sentiría algo más?
¿Impotencia al intentar comunicarte y no poder?
O tristemente, ¿no pasaría nada? No hay fantasmas ni espíritus malignos, ni alma, ni esencia, solo un cuerpo que se pudre con el tiempo y el eterno recuerdo dentro de todos los humanos que han pasado por tu vida, y que un día, también acabarán bajo tierra pudriéndose.
Imaginaos si de verdad te conviertes en fantasma y vagas por la tierra a tus anchas, no hay material que pueda pararte y atravesaras cualquier obstáculo que se interponga en tu camino más fácilmente que abrir y cerrar los ojos.
¿Quién acudirá a mi entierro?
Toda mi familia, y espero que sin sorpresas, llorarían mi muerte como yo lloraría por la suya.
Cuando el dolor de alguien se finaliza a través de la muerte, comienza el dolor de los de su alrededor.
Los amigos más cercanos, como se suele decir, uña y carne, se quedarían sin padrastros que arrancar o uñas que morder; tardes en el parque que pueden convertirse en una rutina agradable, el simple echo de vernos las caras y mantener una conversación o un prolongado silencio cómodo, que con otras personas de menos confianza puede llegar a ser incómodo.
La ausencia de mi cuerpo terrenal les asfixia, agobia y entristece.
¿Y los que no irán a mi entierro pero saben que he muerto?
¿No van por respeto, porque no tienen cojones, o porque no me conocían lo suficiente?
Y la eterna tortura de las preguntas de última hora que hacen arrepentirte de todo o casi todo.
"¿Porque no quedé con ella ese día? ¿Porque no la llamé?"
Se atraganta esas acciones que un día pudiste hacer, pero que por alguna razón que se escapa a mi conocimiento no hiciste. Pues ya es tarde.
Pero supongo que tendré que esperar a las lágrimas, a que se rompan los corazones cuando se pare el mío. Tendré que esperar angustiada esa llamada que nunca tendrá lugar, que después traerá con ella el arrepentimiento.
Esperaré distraída a la muerte, como todos los días, sin darme cuenta, sobreviviendo.