Parpadeos fugaces

martes, 21 de octubre de 2014

De cómo un corazón bombea café para que no se duerma lo que siente.

Tengo los pies chapoteando en charcos de agua fría, agua que ha caído de mis cielos claros, de mis nubes atormentadas, de mis tormentas en calma y de las gotas que resbalan por el paraguas. Agua que serpentea por mis mejillas, mis lágrimas, a veces colmadas de odio y rabia, otras ahogadas de tristeza.
Tengo los pies sumergidos en agua gélida, que una vez cubrió con frialdad la superficie de un corazón dañado por el tiempo.
Y sentada en el borde de mis sueños veo gotear mis miedos, que con pánico abandonan mi cuerpo. Y entre ráfagas de aire se anida en mi pelo la paz que tanto he anhelado.
Gota a gota el charco me cubre hasta los tobillos. Siento el agua tan fría y mi piel tan caliente que el contraste me da calambres, calambres o espasmos, en los que sacudo el agua con fuerza salpicando todo mi alrededor.
Y bajo mis pies ya no queda nada.
Tan solo las ondas de aire que desprenden nuestras energías, nuestros chacras, aire nada más.

Salió el Sol por el rabillo de sus ojos cediéndonos un amanecer espléndido bajo sus pestañas. El color de su perdición se volvió verde y miel, colmando a sus praderas de flores con insomnio color malva, de depósitos llenos de besos en sus mejillas, de tonos intensos y suaves del color locura en sus labios.

Después de tanto tiempo deseándonos sin vernos, devorándonos en persona, queriéndonos entre miradas profundas y noches sin luna, bajó a la orilla de mis sueños y se sentó a mi lado.
Seguían goteando con pánico mis miedos.
Las piernas relajadas y los pies colgando rozando con los dedos aquel charco de agua gélida que tanto le había atormentado.
"Al fin" susurró.

Contemplar casi sin parpadear las costuras de tu piel que recorren tu cuerpo vistiéndote de un humano sincero, ausente de mentiras, desnudo de vergüenza, atento y paciente hasta ver la última gota caer.

De cómo siento que los pedazos de vida ausentes se dan la mano y se fusionan. Que aunque el tiempo no sea de nadie, solo es tuyo y mío, y en las horas ancladas en lo que parecen segundos ahí estaremos, desgastando la costumbre de llegar tarde.
De cómo me has arrastrado del Infierno para escuchar de nuevo el canto de sirena en las constelaciones de nuestros lunares.
De cómo besarte y no volverse loco, de no besarte y no ponerse histérico.
De cómo se desgarra el alma, la piel y la desesperación al verte ir. De sobrevivir entre asfalto, humo y ceniza, avivando el recuerdo de tus llamaradas rodeando mi cuerpo.
De cómo verte en todas partes, en todos los recuerdos, en mis ojos. De cómo no verte y a veces no poder soñarte, entre rabia y nostalgia, para poder tocarte.

Imposible suspirar y que el alma no escape del cuerpo, que vuelva a su lugar, donde realmente no quiere estar.
Más imposible quizás sea, encontrar las palabras adecuadas en menos de un segundo. Quizás todo lo que tengo que decir se resume en las palabras que forman tu nombre.

Eternamente.