Parpadeos fugaces

miércoles, 3 de diciembre de 2014

El orgullo que se rompe de un soplido cuando el corazón y la razón susurran hablando de ti.

Normalmente cuando se habla  de amor, se habla de corazón.
El órgano más famoso que nos mantiene vivos y el icono más típico para el sentimiento que muchas veces mueve el mundo.
Se habla de latidos, de palpitaciones, de que hemos sentido cada milímetro de su flecha atravesándonos el pecho.
Se coquetea con la idea de que la razón no entiende al corazón. Hoy he llegado a la conclusión de que nos equivocamos.
Porque si la razón no entiende al corazón, ¿Quién lo va a hacer?
Metafóricamente la razón habita en otro de nuestro órgano más preciado, el cerebro.

Quitando de en medio y limpiando los cacharros y harapos viejos de los tópicos como perder la cordura, morir de amor u otros similares he llegado a la conclusión de que solo la razón es la que está buscando la respuesta a la pregunta  que el corazón se niega a desvelar. Sin embargo nosotros la dejamos de lado.

Desde que disparaste a quemarropa a mi alma sé que nunca lo llevo encima, que solo es carne que sigue su función. Carne, músculos y movimientos rítmicos; sangre, vida.
Todo su contenido místico, incluso mi alma, lo tienes tú.

Y ahora que no tengo corazón, ¿dónde vives? Porque te siento respirar, oigo el eco de tu voz, casi puedo tocarte y sin embargo no te encuentro. A veces me miro en el espejo y allí estás, en el brillo de mis ojos, sonriendo.
A veces siento tus pies apoyándose en mis ideas, viajando a través de ellas. Susurras a mis musas y las estimulas, como si las dieras órdenes. Pero sigo sin encontrarte.

Cuando la lluvia me resbala por la piel te siente tiritar, con las manos frías y la nariz roja.
Después de volver a las andadas entre cigarro y papel, chinas y humos la nueva perspectiva alucinógena me lo deja claro. Ya sé donde estás.

Estabas ahí todo el tiempo. En mi piel, en mis ojos, en mi cabeza. Dentro de mi cerebro, ¡allí estás!
Porque, ¿Cómo sino iba a sentirte andar? Largos paseos por mi cabeza temblando del frío cuando yo lo tengo. De aquí para allá, utilizando las flechas para atravesarme.
Vagas continuamente por mis pensamientos, saltando de uno al otro, aunque haya kilómetros de por medio.
Sin normas a las que respetar te cuelas en mis sueños, hablándome de estrellas, de besos y  de mares.

Descalzo te paseas por los recuerdos que tengo contigo y me dejas ausente, suspirando, mirando sin mirar a cualquier sitio.
Cada día que pasa estás más cómodo en la azotea de la razón, alimentando sin piedad los deseos de verte más allá de los sueños.

Alojado en mis entrañas juegas con mi nostalgia dándole a entender que dueles cuando pasa el tiempo, tú allí yo aquí, y que sanas cuando tú y yo estamos allí.

Te imagino dar largos paseos por mis murallas, viéndolas caer a tu paso, imagino como salpicas de agua que una vez fue hielo a mis neuronas, como acaricias mis miedos haciéndolos ronronear, como nadas en mi vacío ocupando hasta el último centímetro de la nada.

Cuando yo imagino tú imaginas conmigo, colándote en mis oídos a través de la música, escribiendo a través de mis dedos, allí estás.

Porque si la razón no entiende al corazón, ¿Porqué ella comprende que te necesita allí, en mi cabeza?
Porque sino estuvieras aquí ocupando todo el vacío de mi ser, ¿dónde estarías?

¿Dónde estaría yo?



martes, 21 de octubre de 2014

De cómo un corazón bombea café para que no se duerma lo que siente.

Tengo los pies chapoteando en charcos de agua fría, agua que ha caído de mis cielos claros, de mis nubes atormentadas, de mis tormentas en calma y de las gotas que resbalan por el paraguas. Agua que serpentea por mis mejillas, mis lágrimas, a veces colmadas de odio y rabia, otras ahogadas de tristeza.
Tengo los pies sumergidos en agua gélida, que una vez cubrió con frialdad la superficie de un corazón dañado por el tiempo.
Y sentada en el borde de mis sueños veo gotear mis miedos, que con pánico abandonan mi cuerpo. Y entre ráfagas de aire se anida en mi pelo la paz que tanto he anhelado.
Gota a gota el charco me cubre hasta los tobillos. Siento el agua tan fría y mi piel tan caliente que el contraste me da calambres, calambres o espasmos, en los que sacudo el agua con fuerza salpicando todo mi alrededor.
Y bajo mis pies ya no queda nada.
Tan solo las ondas de aire que desprenden nuestras energías, nuestros chacras, aire nada más.

Salió el Sol por el rabillo de sus ojos cediéndonos un amanecer espléndido bajo sus pestañas. El color de su perdición se volvió verde y miel, colmando a sus praderas de flores con insomnio color malva, de depósitos llenos de besos en sus mejillas, de tonos intensos y suaves del color locura en sus labios.

Después de tanto tiempo deseándonos sin vernos, devorándonos en persona, queriéndonos entre miradas profundas y noches sin luna, bajó a la orilla de mis sueños y se sentó a mi lado.
Seguían goteando con pánico mis miedos.
Las piernas relajadas y los pies colgando rozando con los dedos aquel charco de agua gélida que tanto le había atormentado.
"Al fin" susurró.

Contemplar casi sin parpadear las costuras de tu piel que recorren tu cuerpo vistiéndote de un humano sincero, ausente de mentiras, desnudo de vergüenza, atento y paciente hasta ver la última gota caer.

De cómo siento que los pedazos de vida ausentes se dan la mano y se fusionan. Que aunque el tiempo no sea de nadie, solo es tuyo y mío, y en las horas ancladas en lo que parecen segundos ahí estaremos, desgastando la costumbre de llegar tarde.
De cómo me has arrastrado del Infierno para escuchar de nuevo el canto de sirena en las constelaciones de nuestros lunares.
De cómo besarte y no volverse loco, de no besarte y no ponerse histérico.
De cómo se desgarra el alma, la piel y la desesperación al verte ir. De sobrevivir entre asfalto, humo y ceniza, avivando el recuerdo de tus llamaradas rodeando mi cuerpo.
De cómo verte en todas partes, en todos los recuerdos, en mis ojos. De cómo no verte y a veces no poder soñarte, entre rabia y nostalgia, para poder tocarte.

Imposible suspirar y que el alma no escape del cuerpo, que vuelva a su lugar, donde realmente no quiere estar.
Más imposible quizás sea, encontrar las palabras adecuadas en menos de un segundo. Quizás todo lo que tengo que decir se resume en las palabras que forman tu nombre.

Eternamente.



viernes, 26 de septiembre de 2014

Sospechosos habituales huyen de la ciudad.

Las líneas transformadas en caminos donde las palabras las recorrían reflejándose en historias del pasado, quizás algún día fueron paralelas, otras veces se entrelazaban, se chocaban y otras simplemente se evitaban. Y después de aquellas curvas tan solas, de aquellas rectas infinitas tan deshumanizadas hacia el infierno, de subidas y bajadas que te revolvían el estómago, después de aquello llegó el salto al vacío. Un vacío que ni siquiera con mímica se podía describir.
Mientras respiraba aquel vacío las palabras que contaban historias se despedían desde el borde del abismo,  alejándose, en las profundidades de mi interior se escuchaba “Si hubiese hecho esto, si hubiera hecho lo otro…”
La caída casi fue mortal.
Y entre cascabeles de Navidad, un frío espantoso que se calmaba con el calor de una buena copa de whisky allí resucité.
Resucité poco a poco, queriendo volver a sentir la vida como era antes. Y cuando la sentí…qué maravilla volver  a sentir, qué confusión, qué emoción ¡¡QUÉ LIBERACIÓN!!
Y todas las líneas que formaban caminos de historias en mi cuaderno cambiaron la dirección como si se nos hubiese roto la brújula de la cordura. Y entonces no hubo abismos ni vacíos, ni historias que importaran, ni siquiera había caminos paralelos que se entrelazaban, que se curvaban o se evitaban.
Ahora la dirección era fija, y sin parpadear, fui directa a estrellarme contra su sonrisa. 

"Algo había. Algo tenía, algo tiene.
Algo en sus ojos, algo alrededor de sus cuerpos. Una cuerda elástica, cadenas, la propia piel estirándose, el anhelo de sus tierras, de sus caminos y sus montañas. Allí, en las nubes, estamos descansando después de habernos soñado.
La vida se estira cuando me marcho lejos de tus orillas.
¿Se romperá? 
La vida se vuelve negra entre luces de neón, de copas vacías, de miles de vidas que se cruzan con la tuya y en menos de un paso desaparecen.
Soplo de aire fresco en el borde del abismo. Tus manos, tan suaves, alrededor de mis caderas ancladas como barcos en el puerto. Un susurro: "Quédate"
Pero el oleaje se llevó las palabras. Tan sólo las palabras"

Cada uno en su lado de la orilla, cara a cara, mirándose sus reflejos temblar y balancearse en la corriente del agua. Había una especie de silencio en el cual los dos protagonistas aprovechaban para hablar, para maldecir, para pactar que volverían a nadar, el uno por el otro.
Temer más a un futuro sin ti que a una muerte lenta y dolorosa, debe ser esto. No saber en qué beso perdiste la cabeza o en qué mirada perdiste el corazón; darlo todo sin querer nada cambio, desgarrarse la piel en las horas perdidas, bucear hasta el fondo del mar sin importar cuanto tiempo puedes aguantar sin respirar. 

Y cuando seguimos la corriente de los días, que separa el horizonte de nuestros océanos y solo podemos observarlo y no nadar, se convierte en algo parecido a morir lentamente. Petróleo pegajoso en las aguas que quema la piel y mata el espíritu. Y entonces las horas caen en la tentación de rebanarme el alma en trozos, dividiéndola en segundos angustiosos, escupiendo sangre a los días que vagan por nuestra nauseabunda rutina. Y cuando estás cansada, cuando caen las lágrimas, cuando la Tierra gira la vida sigue pero tú no, tú estás allí mirando una fotografía fijamente, con la cara pálida y la sonrisa inerte, allí estás, muriéndote por dentro. Y cuando muero sé que vivo en los ojos de quién más me necesita y yo necesito. 

Vivo muerta en la incoherencia de este mundo tan frágil con el alma clavada en una estaca. 
¿Y qué puedo hacer más que soportar la indiferencia de la mala suerte? Del tiempo planificado, ocupado, del perdido, del anhelado, del tiempo eléctrico, del naufragado. 
¿Qué puedo hacer si despierto y no encuentro tu silueta en mis sábanas? 
¿Cuándo? 

Abrir los ojos a otro día idéntico a los anteriores, no en sucesos sino en sensaciones, abrir los ojos y parpadear despacio por si los sueños aún no han acabado. Te tengo y te esfumas, despierto y te esfumas. 

Siento que la voz interrumpe el luto de silencio que en las mañanas se produce cuando despierto y no te encuentro. A veces vuelvo a cerrar los ojos para dejar que pase el tiempo a sus anchas, sin que se burle de mis ganas. 

Sospechosos habituales, de retorcerse entre los escombros, consiguiendo ver la luz del Sol.
De caminar por caminos de piedras afiladas, escalonadas, de obstáculos, de sangrar por los pies y seguir caminando. 
Culpables de noches eternas en nuestra mente y demasiado cortas en la realidad. 

Me refugio en la música y sus letras, agachada entre estrofas al calor de sus mensajes que explotan por los aires. 
Susurro, pienso y canto, porque como dice la canción "No me sonrojo si te digo que Te Quiero" 


  




jueves, 31 de julio de 2014

Desnuda

"Nunca un solitario necesitó tanto unos labios"

Quizás por aquella razón de necesitarlos tanto se asustaba continuamente. Con pies de plomo caminaba por los senderos de sus sentimientos para que ninguno se diera cuenta de que le observaba, paciente, a que palpitara en sus adentros al ritmo de su corazón.
Había cosas que no entendía, su amiga tristeza a veces se desvanecía, se encendía y se fundía con el día que aparecía de repente en el brillo de sus ojos.  Habían nacido juntas pero esta vez, parecía que no quería estar junto a ella.
La angustia existencial que había arrastrado a lo largo de sus años estaba tranquila, como en standby.
Había algo en sus adentros que gritaba de emoción, que corría sin control allí donde la soltasen, quizás, fundida en el éxtasis que le provocaba el roce de miradas y sus continuos juegos de manos.
Le angustiaba la idea de perder.
Quizás antes lo único que podía perder era la vida, la familia y un par de amigos, pero sin darse cuenta podía perderlo todo.
Perder la cabeza, de una manera que jamás habría imaginado, perderla a cachitos y recuperarla a base de pellizcos y de “no estoy soñando”
Perder el alma, ese trozo de seda que cubría todo su cuerpo bajo su piel, que habían roto tantas veces y  tantas veces había cosido, como Peter Pan su sombra, a sus pies.
Llegó a la conclusión de que podría perder hasta el poco corazón que le quedaba, que medio muerto seguía latiendo recuperándose de la mala vida que le habían dado.
Cuando lo perdiese todo, si lo perdía, no tendría nada que perder y se fundiría entre los mares de odio, soledad y autodestrucción como siempre había hecho.
Solo de pensarlo temblaba. Y sus lágrimas temblaban escondidas en el lagrimal.
Si pudiera anclarme en la tierra, en el mar, en el cielo, entre las estrellas, si pudiera arrancarme el motor del pecho que mueve mi cuerpo, si pudiera coserte a mi piel, viajar en las corrientes de viento y chocarme en tu ventana, si pudiera, ¡ay si pudiera!

La idea de perderlo todo había echado raíces, que apretaban su garganta asfixiando incluso a sus propios silencios. A veces quería vomitar, vomitar frases y frases de porqué no entendía lo que pasaba allí adentro. Porque de repente se sentía tan fuerte y débil a la vez, indefensa lejos del aroma de su esencia, protegida dentro de sus poderosos brazos, que suavemente transmitían una paz infinita al estrecharse entre su cuerpo.
No entendía como podían temblarle tanto los huesos al caminar hacia la terraza de las 4 de la tarde. No entendía porque su amor por el café ya no lo era todo a esas horas, se había vuelto insignificante el café, una excusa, un pretexto, un  ritual que marcaba la espuma que se intentaba desbordar por la taza. 
Un ritual en el que el tiempo, como los niños más cojos jugando al fútbol en el patio del recreo, se escogía lo último. Como un cactus en una maceta abandonado en una estantería, como la televisión. Olvidado. Porque no entendía que prisa podría tener. 
¿Correr hacia dónde? 
¿Prisa por qué? 


El nudo en la garganta era constante, a pesar de tragar saliva las palabras no dichas hacían tapón. 
La música la ayudó, coordinando sus pensamientos con las letras de las canciones, pero sabía, desde hace tiempo, que no sería suficiente. 
Había tantas frases y frases que olvidó al caer en sueños, entre hojas de cuadernos y papeles perdidos. 

Ojalá fuera tan fácil hablar como escribir.
Sin nudos, sin dudas, rápido y espontáneo, que salgan como locas expresándose con fuerza sobre el papel. 
Otras veces simplemente se esconden. 
Las busca y se esconden y cuando las encuentra se aferran a la comisura de sus labios. La comisura de sus labios, cementerio de recuerdos de besos, flexibles al sonreír, tirantes al llorar, que retiene el deseo de convertirse en un animal y lo transforma en un mordisco que alivia por momentos. 

Después de varias partidas ganadas a su timidez crónica toca descanso, en algún rincón de un poblado donde los árboles camuflan tanto como abrigan, tumbados en sus sombras, con el Sol cálido intentándose colar entre sus ramas. 
Embobada miraba su cara. 
No era el prototipo de cara masculina que sale en las revistas de fitness ni en portadas de moda, simplemente era una cara que no podía dejar de mirar ni de admirar. Una cara con su alma y su corazón bajo esa misma piel, con unos ojos que cazaban al vuelo sus besos. 

Cuando sus suspiros fugaban de su boca y se mezclaban con el aire de la habitación o el humo del petardo, recordaba de nuevo aquella paz. Cerraba los ojos. Rebobinaba en el tiempo. Justo en el momento deseado. Retenía en sus pupilas aquellas imágenes confortantes y sus ojos parpadeaban cristalinos. 

Cómo dibujar algo que nunca has visto, silbar una canción que nunca has escuchado, expresar de tal manera, sin exagerar y sin maquillar, cómo. 
Había experimentado su cara más amarga, el otro lado del infierno, y tenía montones y montones de palabras para ellas. Pero para esto no. 

Quizás todo lo que tengo que decir se resume en un grito que viaja de una punta del mundo a la otra, una patada en el suelo que hiciera temblar todos los cimientos, cuatro brazos que duermen y se buscan en la cama. 

No diría nada y sin embargo estarían todas esas frases interminables ahí, haciendo cola en mi garganta. 

Veo pasear tus ojos por mis praderas y tus labios por mis llanuras, tus manos recorren mis caminos y yo desnuda camino a tu lado. De la mano empezamos a despegar. 
Allí, en lo alto del mundo, superando las montañas, las nubes,las estrellas, se me olvida que somos humanos y mortales, que la esclavitud del tiempo y el trato con la muerte no se cancela aunque sigamos mirándonos a los ojos. Allí en lo más alto, se me olvida vigilar los muros que rodean mi corazón. Anestesia para mis dolores se me olvida todo lo demás, se me olvidan incluso los días tachados en el calendario, las horas masticadas y domesticadas, las noches frías, todos los acordes que toca mi guitarra echándote de menos. 
A pesar de no poder volar eternamente la tierra en los pies ya no me quema. 
Volveré a pensar porqué, porqué desnivelas mi vida y la vuelves a equilibrar, sin un temblor, sin un amago. 

Desnuda me encuentro ante tu espejo.
Ajenos de ropas que no dicen nada, ajenos a tanta gente que no dice nada. 
Ajenos de tantas cosas como de pensamientos irracionales, de ideologías estúpidas, de cerebros vacíos. 
Desnuda sigo ante tu espejo y me abro las entrañas. 

Quizás no soy el tipo de persona que encajaba con tus planes, un camino lleno de flores, de días cálidos. Quizás sea bajita y se me desgasten las puntillas al igual que las huellas dactilares al escribirte en el ordenador. Quizás sea fría, como el café con hielo que bebes, y novata. 
Quizás desquicie tu vida y arruine la mía, quizás no. 

El futuro es tan incierto que me agobia pensar en su negro final. 
Aventurera de sueños cojo el sombrero y la mochila y me voy a explorar, cada defecto de tus adentros, cada poro de tu piel, acampar en tu regazo mientras la Luna nos observa, risueña y brillante, madrugar para verte amanecer y trasnochar para sonreír mientras bostezas. Acariciarte las ojeras con el pulgar y guardar en la memoria ese color malva tan característico. Enroscarme y crecer como una enredadera por tus muros cuando me quiero estirar y combatir tus juegos de manos hasta el final.
Vagaré por tus infiernos habiendo conocido tus paraísos aprendiendo a convivir con ellos, fusionados en el carácter fornido que desprende tu nobleza. 
Esa nobleza que tanto me fascina y admiro, indomable, así es. 
Bebe sin miedo el agua que gotea del hielo y con paciencia espera a que se vuelva a llenar. 
No imaginarás nunca lo seco que estaba este desierto hasta que algún día te enseñe su arena, ni conocerás tampoco las tormentas que inundaron los barcos que aquí mismo flotaban. 
Pero imagina, que duro sin tu esencia lo mismo que dura un barco de papel en el mar. 
Que los días tachados se marcan a fuego y se acumulan en la espalda. 
Que a pesar de que las palabras se atraganten, hagan tapón y asfixien a su mensajera, siempre podrás hablar conmigo entre miradas y entre susurros. 

Que a pesar de que vengamos de distintos infiernos, siempre estarás invitado a mis paraísos. 






viernes, 20 de junio de 2014

Confesiones y susurros de los escombros de una vida en obras.

La vida me destruye y me desintegra, me desploma. Explota en pedazos.
La vida se me cae de las manos, como agua, se escapa, se desliza. Y yo impotente no la puedo agarrar, retenerla contra su voluntad, no la puedo salvar.
La vida se da al alcohol y las drogas, intentando aliviar su propio dolor, que se multiplica si te piensa doblando la apuesta de tus juegos de manos.
A veces de resaca, con la boca seca y la cama vacía, la vida se da por muerta. Pero hay algo aquí que sigue en pie.
La vida se deja caer y yo con ella, cosidas por la piel, caemos al vacío. Y cuando despierto amanezco destrozada. Me duelen las costillas de arrastrarme contra el suelo suplicando unos minutos más.
A mi vida, muchas veces, le da igual el despertar, el nuevo día; los ve todos iguales.
Camino con ella, las mismas calles, el mismo aroma tóxico, las mismas pieles y las mismas caras.
La misma sensación de internamiento en un loquero donde nadie sabe qué hace allí y cómo ha llegado. A los que les falta cordura, quizás, sí sepan dónde están.
La vida me pisotea las entrañas, es un picor constante en las retinas, dermatitis en la piel.
La picadura de una abeja alérgica a éstas. Se hincha, duele, explota.
La vida no es tan dura, eso dicen, según con qué sufras.
La vida te busca en sueños, ¿sabes? Ya no recuerdo si llega a encontrarte siempre que lo hace. Duele más cuando te encuentra.
La vida es impredecible.
La vida se repite como el comienzo de este relato, de esta confesión, de este grito de angustia. Se repite como estrellas en el cielo, que de lejos parecen idénticas y de cerca son únicas.
La vida no quiere significar nada, no quiere norte ni sur, ni siquiera quiere ser comprendida.
La vida no me quiere dar una tregua, me ahoga en su mar.
La vida es escritor de fantasías, fabricante de ilusiones, pero también verdugo de sus propios deseos.

La vida estrangula mi garganta por las noches, las mismas noches que se derrumba abrazada a la almohada.
La vida no comprende el brillo de la luna, sea llena o sea fina, blanca, roja o nueva.
La vida no comprende mis caprichos.

La vida se aferra a la misma sensación de fracaso y desorientación todos los días.
A veces, me sacudo esa sensación como si fuera polvo. Pero es peor el remedio que la enfermedad porque termino respirando ese polvo fracasado y desorientado una vez más.

La vida no me da oportunidades y si lo hace, es para amagar.
La vida no comprende que quiero verte entre mis manos ásperas y mis ojos verdes, entre mi pelo largo y mi ropa ancha.

Aquí, la vida, nuestras vidas, bajo las mismas estrellas ciegas y únicas, el mismo Sol con diferentes sombras, la misma tierra pero diferentes aromas, la misma mirada pero a través de la pantalla.
La vida no se deja manipular. Ni siquiera sobornar.


Cuando las mismas noches que nos derrumbamos, que nos explotamos, que nos herimos y sangramos, que nos destrozamos y desintegramos; las mismas noches que lloramos, se da cuenta.
Se da cuenta de porqué me duelen las costillas, de porque se me eriza la piel, de porque mi alma sigue en pie.

Cuando mi vida lo comprende lo admite:
Nuestra vida se derrumba, se desintegra y se desangra cuando solo te podemos ver a través del monitor. 


domingo, 1 de junio de 2014

El cortejo de la heroína.

Detestaban la luz directa.
Esa que hace fuerza contra tus párpados para cerrártelos y dejarte ciego y desorientado, vulnerable. 
La luz directa de un nuevo amanecer que se cuela, silencioso, por las rendijas de tu persiana o las telas de tus cortinas. 
Aquel día el mundo se permitió descansar cinco minutos más. 
Aquel día el mundo se levanto sin saber lo que le pasaría en unas pocas horas. 

Las calles murmuraban mientras la brisa se paseaba por sus rincones, no llego a recordar cuantas estrellas había en el cielo o cuantas gotas de lluvia cayeron. 
Entre la lluvia sus ojos. 
Bajo sus estrellas, las mías. 

Carretera arriba los carteles anunciaban la declaración de la guerra contra sus nervios. 
Conversaciones en silencio, con nuestros cuatro pilares. Timidez allí estaba, presidiendo la mesa. 

El recuerdo sale disparado y se expande por la pantalla de su imaginación la imagen de sus ojos entre la lluvia. 
¡La luz directa otra vez no! ¡Apaguen esa linterna!
Sus ojos seguían de fondo en la escena, como si de una pantalla de cine se tratara. 
Recuerdo que sus palabras luchaban por salir todas a la vez de su boca y colgarse de la suya, gritando "¡Bésame!" 
Pero no ocurrió. Simplemente se quedaron ahogadas en los barrotes que salían de sus dientes. 
Las neuronas se miraban unas a otras, las órdenes no eran cumplidas, ¿qué pasaba? 

Recuerdo aquel mechero azul y la tinta del boli bic que impregnó de tramas aquella hoja de cuaderno. 
Tus pulmones respirando mi recuerdo y mis ojos sin oxígeno al verte. 

Cuantas veces sentí que caía en un abismo, sin salvación. 
Cuantas veces imaginé en mis lienzos una mano que se asomaba ofreciendo ayuda, que me daba tiempo a agarrarla y que al agarrarla dejara de caer.
Sentada en frente de los cuadros, inacabados, porque era incapaz de imaginarse cómo sería aquella mano salvadora, sentada y pensativa así pasaba los días. 
Cada día el mismo ritual. 
A la misma hora en el mismo lugar, aguja en mano, cosía sus heridas. Cada día se abrían como flor al sol de la mañana y le hacían sangrar. Salía al patio a coser sus heridas, que con las mañanas veraniegas se ablandaba la piel. Cuanta calma desprenden y que tranquila está mi alma sin naufragar en los charcos de lluvia.  Una lluvia que no fue amiga, sino enemiga, hasta cierta temporada después. 

La vida te sacude cuando menos te lo esperas mientras el tiempo espera a que reacciones y te enganches a él, para no perderlo de nuevo. 
Ardieron las lágrimas de rabia en las arrugas de la almohada, salpicó de odio las paredes que la rodeaban. Soledad arropa a tristeza y tristeza duerme con ella, todas las noches de su vida. 

Seguía durmiendo mientras caía en el agujero negro de su vacío, que nació del caos y de la ausencia de raíces que le permitirían volver a sentir. Le arrancaron el alma de su cuerpo. 
Vagaba por el mundo, muerta y viva, sin retorno ni destino ni siquiera sabía cual sería. La sensación de andar muerto por la vida, como si fuera una manta cuando hace frío, abrigándote. Había días que no comprendía la existencia humana y otros días en los que imaginaba como alguien que lo estaba pasando peor que ella la regañaba "¡Tú comes, yo no!" 
Su alma estuvo a punto de morir de hambre, abandonada en cualquier rincón sin poder volver a su cuerpo. Cuantas noches lloró por ella, rogando que volviera, que se la devolvieran. Cuantas veces, cuantas veces. 
Era terrible levantarse desorientada después de haber estado mil y una noches hablando con la muerte, de sus excusas para dejarla vivir y sus miedos por tenerla allí con ella. Escalofriante.

El día que el mundo se permitió cinco minutos más de descanso ella se quedó dormida quince minutos más. Aquel día, según mi escasa memoria, hacia viento y frío.
Nadie quería moverse de la cama ni desprenderse del calor que generaba su cuerpo contra las sábanas. Aquella sensación de placidez se hizo sólida.
Continuaron las horas en el reloj y el parpadeo de los minutos que corrían se hacían más lentos. ¿Será la hora ya?

Cuando la  alarma del móvil tocó la intro del futuro festival el tiempo se paró de repente, como si estuviera observando la escena meticulosamente. Las palabras que se peleaban por salir de su boca y colgarse de sus labios se aplastaron contra éstos. Y como si se tratase de ceniza dentro de un huracán sus nervios se esfumaron. Paz. Una paz jodidamente adictiva.

Quería experimentar.
Quería averiguar si aún quedaba algo de vida en ese hueco tan negro que tenía por la zona del pecho.
Se inclinó hacia su interior y de asomarse tanto resbaló y cayó.

El aire de la ciudad es insoportable, las calles están sucias, la gente está plastificada y el agua contaminada. Había días en los que haría explotar la ciudad. Sus razones no eran egoístas, no era por el ruido, ni por el color gris de psiquiátrico de todas las calles y edificios, la razón era simple, la propia ciudad quería auto-destruirse.
Según pasaban los días de la mano de sus queridas noches el síndrome de abstinencia iba creciendo. A veces no la dejaba dormir. Era imposible dormir con un mono gigante que no hace nada más que dar patadas mientras duerme y ronca congestionadamente.  A veces los días, pero sobre todo sus noches, se hacían interminables. Es increíble todo lo que tiene que aguantar su pijama.

La luz directa siempre se estrellaba contra su estómago tras tres horas de viaje y un par de cafés, canciones de carretera y nuestras bandas sonoras. Era alucinante como de un kilómetro para otro cambiaba el paisaje.

La luz directa que provenía de sus ojos alumbraba sin piedad a los murciélagos de su estómago, que se volvían locos y eufóricos, contando que a veces le entraban ganas hasta de vomitar.
Pero no siempre entraría el sol por su hogareña ventana y despertaría en su antigua cama.

No le faltaron ni dos metros para saber que dolería más marcharse y mirar atrás que no mirar.
Solo un segundo, sus ojos, mi alma.


Se encontraban en los sueños.
A cualquier hora, con los ojos cerrados.
En sus sueños no había fronteras, ni gravedad, ni tiempo.
Sin prisas, podían aparecer en cualquier lugar.
En sus sueños no existían los miedos, al menos en sus cuerpos.
Todo aquello que temían decirse, que evitaban pensar, se personificaba en dientes de león que tan solo tendrían que soplar para que se disiparan.
"Te echo de menos" le dijo.
Aquella frase albergaba misterio, ¿cuándo le echaría de menos? ¿Antes de llegar? ¿Justo después de irse?
Se dieron cuenta del silencio que había nacido de la confesión de sentimientos,mientras la conversación se quedó en sus pupilas, después continuó en su boca:

"Te echo de menos cuando el tiempo me niega tu visita, cuando abra los ojos de este sueño y no estés, cuando me tomo el café y en cada movimiento de la cucharilla observo que no hay espuma. Cuando la brisa es fresca y las ramas de los árboles bailan con ella, cuando me visto y me desvisto; cuando busco inspiración. Te echo de menos cuando llega la noche y sus suspiros nocturnos, cuando saluda el día con sus cálidos rayos, cuando veo cualquier pájaro"

El silencio volvió a reinar.

"Te echo de menos hasta con el corazón helado"

Mientras caía a su interior lo reconoció, ella dijo: "Me asomé demasiado"
Con la mirada perdida recordó todas las tristes y soleadas mañanas que salía al patio a coser sus heridas.
Quizás no fue el hilo ni la aguja, sino el afán por pincharse.
El dolor nos recuerda que estamos vivos y pincharse con la aguja nunca viene mal.
Ahora lo veía, aquella mano, tan fuerte y suave, pintada en el borde del lienzo, tan perfecta.

Agarró su mano y ella gritó: "¡Súbeme, estoy harta de caer!"









miércoles, 23 de abril de 2014

El banquete de los nostalgicos, cenando recuerdos para no morir de hambre.

Aquel hambre era infinito.
 Rascando cada segundo, como cuando mojas el pan en la salsa del plato, el último, Señor Tiempo, el último y me voy.
Mírame, ¿te quieres ir? Señor Tiempo no sea cruel, no tengas prisa, siempre la has tenido, párate a mirar.

Siento la transformación.
Como se desprende de mi cuerpo el medio litro que me quedaba de cordura. Aquí dentro están cenando corazón.
Miradas sencillas, sinceras, profundas, miradas auténticas.
La mirada fija en nuestras vidas perdidas.
Una espiral que aprieta nuestros cuerpos.
El rocío y la escarcha en los pies descalzos.
La humareda que se impregna en los cristales expulsados directamente de nuestros pulmones, con nuestras respiraciones persiguiéndose, pisándose los talones. Las manos se buscan, se encuentran, se acarician.
Un beso en el cuello.

Quiero besarte cada color que tiñe tu piel, desde el rosa tímido de tus mejillas al morado risueño de tus ojeras, pasando por el blanco pálido de tus manos hasta el rojo ardiente de tus labios.
Te acaricia con sus plumas mientras vuelas, no te deja aterrizar; más alto, más alto, más alto...


Y luego nada.
Miradas tristes en el reflejo de la ventana.
Las nubes acompañan el entierro de sus ilusiones.
Cabezas bajas, cansancio, el volumen de los latidos disminuye, se acabó la fiesta. Con la fiesta a otro parque, otro parque lejos del cielo.
Canciones tristes en la radio cuando vuelves.
Dime, doctor Diablo, ¿es capaz el corazón de  estirarse lo suficiente para que lo puedan tocar desde el otro lado?
No me siento la sangre, ni la vida.
No me siento la piel sino la tocan con suavidad.
Supongo que alguien querrá que resista, aunque esté rota.

Las canciones se burlan de mí y bailan alegres en mis oídos tristes que guardan el eco de tu voz.
Acaríciame otra vez por favor.
Me quema el aire.

Volviendo a la ciudad de los parásitos con la carne muerta y sin corazón. Buscando un hueco donde anclar tu vida anónima a un futuro esclavizado por un trozo de papel. Perder el tiempo en recorridos que transitarás en tu efímera juventud.
La epidemia de las caras tristes. Y el tiempo, ahora sí, parece que se ha parado.
Los pulmones enfermos de inhalar el humo tóxico  que desprende la nostalgia en cada suspiro.
Buenas noches murciélagos, seguís aquí.

Un campo de minas, así es tu cuerpo.
Granadas tus ojos que cojo con mis manos.
Un paso atrás, un kilómetro más, la anilla se arranca y me estallan en las manos.
Sangro. Escribo y sangro.
La carnicería provocada por una despedida involuntaria llama la atención de los carroñeros. Como la sangre atrae al tiburón me sumerjo en las profundidades del océano sin soltar el aire.

Barrotes.
Invisibles.
Indestructibles.
Somos presos de la tierra en la que nacemos, del lugar donde crecimos.
Capuchas negras en honor a un corazón perdido que desesperado, saltó del coche y se estrelló contra el asfalto. Vuelve a casa, después te seguiré.

Y en Castilla se quedó, varado en las costas infinitas de aquellos ojos tan cristalinos.
Allí se quedó, triste y abandonado, entre la primavera que crecía de su estómago.




lunes, 31 de marzo de 2014

Quiero espuma en mi café. Y estrellas en el cielo. Y aire que se pueda respirar.

"¿Qué tripa se te ha roto?" 
Se preguntaban los trozos de comida masticados mientras se daban un baño en sus jugos gástricos.
Los murciélagos no hablan, solo suspiran, ¿Por qué?
La soledad es cruel y me sigue a todos lados. Cuando me acuesto en la cama, se arropa conmigo. Cuando me siento en el tren, se sienta a mi lado apoyando su cabeza en mi hombro, como cansada.
Desayuna, come y cena conmigo. Le gusta como cocino.
Cuando salgo a la calle siempre me pregunta "¿A dónde vamos?" Y yo nunca respondo.
A veces me despierta por las noches, hablándome de oscuridad, nostalgia y tristeza, y así no hay quien duerma.
Después de estar más de una noche en vela aguantándola por fin se duerme, pero yo no.
Nostalgia choca contra mi ventana transformada en gotas de lluvia, esas gotas de lluvia que más de un día fueron la banda sonora de nuestros deseos.
Un murciélago suspira y el suspiro sale al exterior vaciando los pulmones de oxígeno y el cuerpo de alegría.
"Ojalá..." Murmulla la soledad mientras duerme.
Cierro los ojos.
"Ojalá" respondo.
La noche muere y el día tiñe el cielo con sus rojos sangre y sus naranjas luminosos y radiantes acompañados de sus nubes rosas y su brisa fresca. El rocío también madruga y la escarcha muere bajo nuestros pies.

Las ojeras refunfuñan. La soledad está también despierta y no duda en aplastarme el alma de nuevo, haciéndome notar con sutileza el hueco vacío y gigante que hay en mi cama.
Pie izquierdo primero toca el suelo frío y después el derecho, crujiendo los huesos del tobillo como todas las mañanas. Me pesa hasta el pijama.
"Ya sé que prefieres el café con espuma, pero no había" me dice la soledad sirviéndome una taza humeante de café. No contesto.
Vierto medio kilo de azúcar en el café a ver si por casualidad la diabetes me hace sentir más dulce por las mañanas. No tengo estómago para comer nada más.
Arrastro los pies por el pasillo hasta mi habitación para vestirme y afrontar el nuevo día mientras la soledad me persigue allá donde voy atravesando hasta las paredes.
"¿Qué vas a hacer hoy? ¿Tienes algo pensado? ¿Será tu rutina de siempre la que nos encontremos hoy? Podrías hacer algo nuevo, pero te falta el tiempo, ¿verdad? ¿No es horrible el silencio de esta casa cuando solo estamos tú y yo?" 
Incansable la sin hueso de la soledad que no para de escupir preguntas que se transforman en pinchazos en la cabeza.
"Cállate ya, cállate" digo en voz baja.
Me restriego los dedos por la frente, apretando, para aliviar el dolor de cabeza, sin éxito. Dejo el pijama donde caiga y voy al armario.
Pierna izquierda primero metiéndose en el hueco izquierdo del pantalón, después la derecha. La camiseta cubre mi piel y la dejo caer por el hueco de la cabeza hasta estar perfectamente colocada.
Otro murciélago vuelve a suspirar.
"¿Les has preguntado ya porque suspiran?" 
Que pesada llega a ser la soledad.
Suspiran porque nacieron para ello, sino no existirían, pero ella eso no lo sabe. Ni quiero que lo sepa.
Me cepillo los dientes y al mirarme en el espejo la soledad también me está mirando.
"No te dejes engañar, la belleza a las ocho de la mañana no existe, no te preocupes" 
A veces mi propia esquizofrenia me hace reír. Un risa breve que acaba en un silencio que proclama a gritos que estoy hablando sola y riendo sola. La soledad es cruel, y ella lo sabe.

Al salir de casa la música suaviza la tristeza que desprende la ciudad.
Volumen al máximo para no tener que aguantar al ser humano estresado, al ser humano que empuja, insulta y te asquea con la mirada cuando te ve pasar.
La música suaviza mis ganas de matar.
Pero el tren pasa y hay que cogerlo. La soledad me agarra y me dice "Voy contigo donde quieras"
No la aguanto más.

Los minutos corren por las vías huyendo de la puntualidad sin parar siquiera en las paradas de tren. La gente sube y baja, corre y empuja, abre la puerta, estornuda, tose, desayuna e incluso se maquilla. La gente duerme como si fuera su propia casa con el ligero movimiento del tren y su velocidad, como si nos acunara.
Más contagioso que un bostezo son las caras tristes en el tren. La música me distrae pero la soledad me incordia.
Y en la canción que está sonando, una frase o varias, me atraviesan como una flecha.
"Ojalá" me digo.
Cambio de tren. Odio esperar.
Esperar mirando a la nada rodeada de personas desconocidas pero que a veces me dan ganas de hablar, como si conociera de toda la vida, pero qué pensarían. Solo quiero dejar de esperar en silencio.
Algunas canciones me hacen sonreír. Y la gente te observa extrañada: "¿Porqué sonreirá?" 

El viaje termina y la música me sigue acompañando en mis adentros, mientras la soledad camina conmigo agarrada a mi brazo. Me pesa, la soledad me pesa. Agito el brazo.
"¡Suéltame ya!" grito mientras agito el brazo con violencia.
Noto el miedo en las miradas de la gente. Señoras que se apartan de mi lado y niños que sin hacerlo, me apuntan con el dedo.
"¿Recuerdas que nadie más puede verme? Solo tú, sigue andando" Me dice la soledad con un cierto tono de victoria.

Ojalá estés aquí para apuñalarla. Apuñalarla sin piedad mientras duerme conmigo en la cama, mientras desayuna, come y cena, mientras me ato los cordones de las zapatillas, mientras subo al tren y mientras ando. Ojalá estés aquí para mutilarle los huesos a patadas y partirle la boca para que no hable más.
Estoy agotada soledad, déjame en paz. Cállate y déjame en paz, déjame respirar, déjame pensar. No te quiero escuchar más.
Pero sus incansables preguntas vuelven cuando volvemos a casa. El mismo tren, con suerte el mismo asiento, y diferentes canciones con los mismos flechazos.
Me pateo la ciudad con este incordio detrás recordándome a cada segundo que no hay nadie que pueda apartarla de mi lado, ni siquiera yo, de momento.

Los flechazos musicales se convierten en órdenes inminentes que inconscientemente me hacen morderme los labios. El cuerpo en automático mientras camino hacia casa y la imaginación volando a mi alrededor.
"¿Ojalá eh?"  vacila la soledad con la mano en mi espalda.
"Pronto te caerás muerta" respondo por fin cansada de escucharla.
No dijo nada más. Sabía que caería muerta tarde o temprano, con el ojalá o sin él.
Caería muerta en la comisura de tus labios, caería muerta en tu cabeza deslizándose por tus párpados como si fuera una tela de seda, caería muerta y más que desintegrada en tus ojos abrasándose por dentro y gritando de dolor. Por fin te vería desaparecer con nuestra ropa arrancada del cuerpo. Callarte tantas preguntas con la simple acción de dar un beso. Uno solo. Y muerta. Y rematarla con unos cuantos más.

Alegría es verte morir como cuando la noche muere y llega el día y viceversa, como sentir tu esencia por fin cerca de la mía, como encontrarme de casualidad contigo en un cruce de miradas.
Mientras tú no estés mis murciélagos dejarán de suspirar, para volverse locos en mi estómago. Un caos tan romántico que me puede hasta sonrojar, hasta quemar por dentro y echar humo por la boca.
Vendrá bien para el frío.

Mientras tanto soledad, cállate y déjame en paz, no te quiero escuchar más.
Siéntate, callada, y cuenta las veces que las manecillas del reloj se aferran al segundo. "Tic, tac" Cuéntalos.
Cuenta los segundos de un día anclados en el reloj, pero no me cuentes los días que quedan, ni las semanas que nos esperan, tómatelo con calma.

Alegría es que se pare el tiempo cuando estés muerta y la vida nos de unos minutos más de ventaja ante la muerte. Alegría es tener el ojalá delante de los ojos.





martes, 18 de marzo de 2014

Los monos fuman.

Se repetía un sueño todas las noches cálidas en sus adentros, desde sus labios hasta sus nalgas, pasando por el vientre haciéndola temblar.
Bajaba por una escalera con forma de cremallera lentamente, sin importarle el llegar tarde a su destino. Ella pensaba que siempre llegaba a tiempo.
Se abrían las ventanas de la desnudez con cada botón desabrochado.
Y la brisa chocaba con la piel erizándola cruelmente hasta retorcerse de placer.
Y sus dedos rozaban la perdición mientras la noche la observaba, mordiéndose los labios.

Los músculos se tensan y el corazón se pone un poco nervioso. Nervioso porque le gusta estar tranquilo fuera de su alcance, aunque a veces, se pare de vez en cuando buscándole.

En sus fantasías se rozan los recuerdos con la imaginación, bailando un tango de sensaciones, agarrando con fuerza la situación, acariciando con delicadeza las telas despojando a la vergüenza de sus típicas excusas.

Un dedo perdido subió a sus montañas a pie, quedándose atrapado en la espiral de sus cumbres. Temblores. Un volcán en erupción se despierta y emergen gemidos de su interior.
La respiración conduce muy por encima de lo permitido, pero a ella siempre le gustó la velocidad.

El neón nunca se apaga en su mirada. Parpadeos de deseo, chispas de los fuegos artificiales que anunciarán el éxito de la noche.
La imaginación se va de sus manos, destroza su mente y se hace con el control.
Se cuela entre sus piernas.
Empuja con fuerza, descubriendo la pasión debajo de sus sábanas blancas.

Su mano izquierda se asegura que su cuerpo está cómodo, tentando al colchón, acariciando cada uno de sus rincones.
Había un susurro que lamía sus labios y sus estímulos y mientras salivaba las escenas eróticas de las fantasías subían la potencia de los fogones, pasando de un fuego lento a un fuego intenso.

Hace calor.
Quítatelo todo.

Sus dedos se hundían en su carne al hacer fuerza. Las mandíbulas reprimen los mordiscos y sus dientes lo pagan con el labio inferior.

Llega una ola de placer que arrasa con todas las demás sensaciones inundándolo todo con una calidez increíble que te hace cerrar los ojos para sentirlo más.
"Espera, ya llego" le susurraba en sueños.

lunes, 10 de marzo de 2014

ATENCIÓN EXCUSA: Morir sería una espléndida aventura, pero no tengo las zapatillas adecuadas.

No estaría de más arrancarse la voz, dejar que hablen los ojos. Que tome nota el silencio. Que de repente mueran las nubes y las corrientes que inundaron nuestras ciudades nos descubran paisajes fantásticos en los que tumbarse a reflexionar. El único lugar donde la soledad no me gana la partida es en la imaginación, aun así las manos son sabias y los recuerdos hablan.
Comentan que los días pesan y las noches son amargas, que a pesar de inundar el café en azúcar no empezaremos los días dulcemente. No puedo dormir, algo está aporreando mis ventanas. Cortinas de humo que dejan pasar el frío entre piel y corazón, y la escarcha sigue ahí, resistiendo. Se agita la bandera blanca cuando aparece tu esencia en escena. Me rindo, cázame, me dejo atrapar. Pero date prisa, me puedo echar atrás. Y tic, tac, tic, tac...y morderé tus cuerdas y volveré a escapar...

Si al menos me creyera lo que estoy escribiendo.
Que a veces las corrientes cambian y mis pies se echan hacia atrás, lo sé.
Que tengo miedo, lo sé. Lo engullo y muerdo. Pero consigue trepar por la garganta.
Si al menos supiera lo que estoy sintiendo, aquí fuera, porque dentro es casi imposible me hablan en un idioma que no entiendo.

Ya no sé si es la vida la que aprieta o es que está engordando la agonía.
Me queman las retinas los rayos de luz, me cuartean la piel los copos de nieve, me hierve la sangre la indiferencia de la gente.

Ya no sé si es mi vida la que falla o es el fracaso el que acierta.
Patada tras patada tengo ya el pecho a prueba de balas, con miles de cristales rotos clavándose por dentro, las mandíbulas tensas con los dientes apretados. Las uñas alerta y los dientes afilados.

Alba y yo estamos hasta los cojones.

Ya no sé porque el tiempo me torea, me marea y me condena a vagar por sus segundos más lentamente de lo normal. Los días fustigan con fuerza una espalda que cruje al incorporarse. Ya no sé porque la alegría se va sin mi.

Estoy hecha de ráfagas.
Flashes de luz que desconciertan al que lo mira fijamente con el duro contraste entre oscuridad y luz máxima.

Lo malo de jugar con el fuego es que te puedes quemar pero mi piel ya se ha acostumbrado a las quemaduras y ya no le duele. Solo le duele el no poder jugar más.
Joder, le duele mucho.

Tonterías.

Tonterías las que me cuenta mi cabeza cuando no puedo dormir.
"Cuenta ovejas" Cuento ovejas mientras asesino al pastor. No me sirve.
"Cuenta margaritas" Si muy graciosa, me duermo o no me duermo.
"Cuenta los cargadores que vaciarías en su cabeza" Y de repente me quedo dormida.

Parece que me han robado el alma y la han violado en cualquier callejón, la llevo como las bragas cuando estás cerca, por los suelos. A veces se incorpora y exclama "¡Que no pasa nada!" Pero no la creo, algo trama, algo esconde.
Yo la escucho sollozar. Ahí está, tirada en mi estómago, se escucha el sonido de la panza hambrienta.

Yo te comería. Una y otra vez. Alimenta mi gula hasta que muera.

Mátame lentamente mientras tus dedos recorren mi espalda.
Hazme polvo entre uno y otro, agárrame con fuerza que me quiero escapar.
Me quiero escapar agárrame, agárrame fuerte que me quiero escapar...me quiero escapar...

Aquí la frustración ha dado un golpe de Estado, ¿y quién lucha? Nadie.
Tengo medio ejército muerto y los párpados reventados, ¿y quién lucha? Nadie.
Las manos destrozadas y los huesos partidos, ¿y quién lucha? Nadie, yo, y mi desesperación.

"¡Corre pequeña que no te alcancen!"
Le gritaron con fuerza a la inocencia. Pero se paró a preguntar porque debía correr. Se dejó cazar.

¿Me he dejado cazar? No, no lo creo. Yo sigo respirando y ellos no.

¿Qué fumas niña? De tus ojos intuyo que no es legal.
La vida es legal y te puede matar ¡Oh sí! sin duda lo hará.

Tenemos algo en común.
Cuando a más de 200 km/h nuestros ojos se encuentran en un cruce de miradas nos llevamos por delante al policía del tráfico, que está allí indicando el camino, como si por un momento creyese que lo íbamos a seguir.
Bailamos sobre su cadáver. Y después, el madero a la hoguera, la noche es fría, la sangre congela, acércate no te quemarás con mi hoguera.

Tengo un problema en el cuerpo y es que no puedo aparecer aquí y allí en menos de un segundo, ojalá pudiera. Seguiría llegando tarde sí, pero en el recorrido que me quedaría hasta llegar allí no pensaría en ningún momento "Llego tarde, llego tarde, llego tarde, llego tarde"

Con calma.
Házmelo lento.
Dios, muy lento mientras me sanas las heridas.
Congélame.

¿Qué digo, qué dicen? La oscuridad me arropa. La única ventaja es que es calentita. Me sangra la nariz.
Mañana es un día nuevo, con el mismo nombre, con el mismo día que hace un año, con las mismas horas y con los mismos segundos y me atrevería a decir que con el mismo recorrido gracias a la rutina. Pero es nuevo, ¿y porqué nuevo? ¿Porque puedes innovar? ¿Porque tienes libertad para innovar? ¿Innovar en qué? ¿En tiempo libre? ¿Tiempo libre? ¿Qué es el tiempo libre? ¿Acaso el día no está encerrado en las meticulosas horas? ¿Y las horas dentro de los segundos? ¿Como una muñeca rusa? ¡Innovar, improvisar! Improvisamos día y noche sin parar a descansar, estamos hartos de improvisar, improvisar se ha convertido en nuestra rutina y será nuestra tumba. Una tumba que guardará nuestros huesos bajo la tierra hasta que un profanador de tumbas la abra, se decepcione porque no llevamos joyas, y nos vuelva a encerrar.

Siento murciélagos en el estómago.
Sí, murciélagos. Maldita sea están locos, me están arañando por dentro y no lo puedo aguantar más. Quieren salir pero no les dejo, la luz les dañaría e incluso podrían matarlos, pero si no arriesgas no ganas, eso dicen.
Menuda mentira. Estás arriesgándote todo el tiempo.
Cruzas la calle y te arriesgas a ser atropellado.
Vas a comprar al super y te arriesgas a:
a) Ser rehén porque alguien ha entrado con una escopeta y quiere robar el dinero
b) Pasar vergüenza porque no puedes pagar todo lo que has cogido y tienes que volver a dejarlo
c) Que algún producto esté caducado y mueras intoxicado

¡HIPOCONDRÍACOS DE MIERDA! ¡MORIR RESPIRANDO DESGRACIADOS!

La tensión dice que sube y yo no estoy preparada.
¿Preparada para qué?
Para desmayarme y partirme el cráneo contra la mesa del café.
¡Pero que violenta es esta tensión! Prefiero que me suba el azúcar y morir dulcemente.

Seré papel si me haces avión, y si me lanzas con fuerza volaré por tu habitación hasta estrellarme donde el azar elija, aterrizar bruscamente en tu cama, que me vuelvas a coger con tu aliento de plata, enciende los motores volvemos a despegar, yo me estrello donde tú me digas y a los pasajeros los mandamos callar.
¡Yo solo quería ser cometa y volar por encima del mar!
Yo solo quiero volar.

Y morir entre ráfagas de viento que nos hace suspirar.

Fin de la transmisión cardio-neuronal.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Favoritismo entre coche y andén, cuidado al poner el pie.

A veces saco a la rabia a pasear. Últimamente me gusta verla correr sin control por las calles. Pero cuando se calma, solo quedan silencios. Silencios huecos. Y luego nada. Vacío.
Vacío después de haber rebañado hasta el pellejo que queda cuando te arrancas el alma de cuajo.
¿Cuando se produce el momento exacto en el que bajas el brazo y sueltas la toalla? Sin tirarla con rabia, sin sacudir toda la mierda que se ha acumulado en esa toalla, sin mirarla apenado. ¿Cuando?

¿Cuando empiezas a echar de menos a alguien más en su presencia que en su ausencia? ¿Cuando?

Se había imaginado en su cabeza una especia de rueda, como las que ponen en las jaulas de los roedores para que se diviertan dentro de sus cárceles decoradas. Aquella rueda estaba quieta cuando no pensaba en nada. El bucle del sufrimiento subía y hacia ejercicio. Dependiendo del tema a tratar en su cerebro de espinas, el sufrimiento corría más o menos, aunque el resultado era el mismo, se quedaba dormida agotada de tanto pensar.

-Hola canas, ¿qué os contáis?
+¿Porqué lloras?
- No lloro, solo crezco y aprendo.

Aprendió a mantener el equilibrio entre alegría y tristeza, aunque siempre sintió algo más por una de ellas.
Y es que la diferencia entre las dos es que una de ellas nunca la abandonaba, aunque hiciese Sol.
Ambas se peleaban por su atención, y es que a veces la envidia las separaba y el caos las volvía a juntar.
Y entre calles mojadas de lluvia y recuerdos pegajosos como la resina de los pinos, se asomaba algo nuevo.

Ese "algo nuevo" escondía bajo su túnica un niño con cara de terror llamado Miedo. Y los dos crecían a la vez, los dos andaban juntos de la mano por su cabeza atormentada. Pero uno de los dos siempre hacía que la rueda que giraba cuando el sufrimiento hacia ejercicio, chirriase con fuerza y no le dejaba aclarar sus ideas.
Porque ella imaginaba una bañera con jabón, mucho jabón y pompas que volaban y explotaban, mientras desnudaba de prejuicios tontos a sus ideas macabras y las echaba al agua calentita y limpia. Mientras pensaba en las ideas que bañaba, éstas se aclaraban y por unos segundos parecía que la vida tenía un cierto orden.
Pero como los niños pequeños, no tardaban mucho en ensuciarse.

Miedo sentía miedo. Mucho miedo. Miedo a la oscuridad de su mente, miedo a la soledad injusta, miedo al dolor involuntario, al dolor que no te hace sangrar, al dolor de mirar hacia otro lado cuando te miran.
Miedo tuvo sueños donde se dejaba llevar y de la mano de su "algo nuevo" comenzaron a caminar. Y su piel de niño asustado se deshojaba más rápido que un árbol en otoño, y su interior transparente dejaba asomar un corazón blindado con un metal brillante que cegaba los ojos. Y al escucharlo latir cerró los ojos y dejó que el cuerpo donde vivía despertara del sueño. Parecía fácil desprenderse de su piel caduca, casi misión imposible fundir aquel metal.

-¿Piensas mucho en mí?
+Continuamente
Le confesaba a la Muerte.

Sabía que caminaba con ella. Desde que nació estuvo allí, observando como se hacía un hueco en la sociedad. Un hueco pequeño que a veces la agobiaba. Todos los cumpleaños soplaba con ella las velas. Y no sé quién de las dos estaba más alegre de soplarlas.

¿Cuando es el momento exacto en que empiezas a echar en falta la esencia que cubre tus alegrías día y noche? Es decir, ¿cuando empiezas a darte cuenta de que al día le faltan horas, al calendario días y a la noche amaneceres?

El momento exacto en el que cierras los ojos y el Miedo, ya crecido, se dejaba llevar contigo y se desnuda.
Tú lo haces rápido pero él lento. Se echa atrás.
Y tus palabras a punto de salir por tu boca de metro, vuelven hacia dentro.

Y caen sin poder aferrarse a algo que pare su caída por tu garganta, y en el fondo se acumula todo lo que no dijiste. Y ese nudo no te deja respirar cuando la ves marchar.

"Si tuviera ojos en la nuca llorarían más que los que tengo en la cara" Se decía a sí misma entre poemas.

¿Cuando será el momento exacto?
El momento exacto en el que no se diga nada mientras el ambiente lo dice todo, mientras la rueda del sufrimiento no se mueva, mientras las ideas no se ensucien, mientras el Miedo no tiemble de terror.

¿Cuando?
A velocidad de caracol laten mis latidos junto con sus sentimientos.
A algunas personas les cuesta menos arrastrarlos, soltarlos, darles libertad.
¿Nacieron con miedo debajo del brazo? ¿Creció fuera de ellos? ¿Nunca lo tuvieron?

¿Cuando será el momento exacto en que Miedo me bese y se deje llevar? Mientras se desnuda conmigo, besa tu piel, la mía, la suya, mientras añade días al calendario, horas al día, amaneceres a la noche.
¿Cuando será el momento en que deje de temblar?







domingo, 2 de febrero de 2014

En el tejado de siempre.

Para los que vagamos por las calles mirando las baldosas sucias del suelo, siguiendo los cuadraditos rotos que se fusionan con una esquina y dan a luz varias calles más. Los que arrastran cadenas rotas, oxidadas, con diez mil litros de lágrimas en cada eslabón, por cada noche que no pudo dormir, por cada día que no pudo sonreír.
Almas ingenuas que caminaban sobre una cuerda que temblaba, que engañaba, equilibrio peligroso sobre una confianza que se desmontaba en las malas caras, que se derrumbaba ante sus narices sin poder hacer nada.
Los que un día descubrieron que más allá del mural pintado en los límites del mundo, con sus infinitos bosques, su cielo azul y sus animales sonrientes, había veneno germinando de la tierra.
A vosotros, los que un día prendisteis fuego a vuestras vidas y os consumisteis tan rápido como un cigarrillo en un día de viento.
Los que un día e infinitas noches mirasteis al cielo contando las estrellas que algún día alcanzaríais, aunque solo fuese soñando.
Los que echaron el lazo a sus palabras y después las vomitaron en los baños públicos de la soledad, los que gritaron libertad y muerte, los que murieron por todo y por nada.
Para los que invitamos a dos copas más en la barra de un bar llamado Tristeza, mientras la muerte observa.
Los que apretaron los dientes mientras quemaban la aguja, dispuestos a cerrarse las heridas que sangraban cada día y no les dejaban dormir. Punto a punto, lágrima a lágrima, recuerdo a recuerdo. Cada pedazo de alma reconstruido con sangre y sudor, con nuevas esperanzas, con el corazón en marcha de nuevo.
Por los que nunca fardaron de sus cicatrices y aún así se mostraban orgullosos de verlas cerradas, por los que con fuerza siguieron hacia adelante y no se dejaron pisar. Porque empezaron a aplastar los pies contra el camino que habían elegido y jamás permitirían que las tormentas y terremotos les tumbaran en las cunetas.
Por los que acariciaron el rostro de la justicia magullada, humillada y violada por tantos desgraciados, por los que le limpiaron la cara e hicieron venganza.
Por los que dijeron siempre la verdad, porque habían nacido con ella en la piel, porque esa era su marca de nacimiento.
Los que fotografiaron los ojos de la muerte en el otro extremo del mundo y deambularon con las ojeras infectadas de imágenes de guerra, imágenes de niños muriendo de hambre, de niños soldado, obligados a matar a su propia familia, de soldados adultos desmembrados, de la tierra oscura, de los ríos secos, de las montañas huecas.
Para los que en una hora determinada el mundo dejó de girar.
Los que vieron que el Sol ya no les alumbraba, ya no sentían calor, para los que gritaron de desesperación hasta que sus gargantas fueron asfixiadas por una caja de madera y mucha tierra.
A vosotros que no os dejasteis vencer, ni con la piel ardiendo, ni con el corazón arrancado.
A los incansables cazadores de tiempo perdido, que cada segundo lo guardaban en sus bolsillos para tener algo que comer.
A vosotros que limpiáis la superficie de la mentira dejando ver su auténtica cara desfigurada.
Por los que se levantan hoy en día sintiéndose muertos, viajando solos en el tren, con el cuerpo vacío de alegría y la cabeza repleta de dudas.
Por los que sacan a bailar a la muerte en los bares, en las discotecas, en los callejones de los suburbios. A los que se partieron las manos por sus hijos, a los que se partieron la espalda por sus nietos y su impredecible futuro.
A los que la impotencia les inunda y les gana la batalla, pero no la guerra.
La marca del diablo bajo la piel para saber quiénes somos y qué nos pasó.
A los que acarician los epitafios con rabia, dolor y lágrimas condenando a la vida y la muerte, y el injusto correr del tiempo que nos deja arrugados, viejos, cansados, desamparados.
Por todos los que no pudieron enterrar a sus muertos y sus ideologías, por los que no pueden acariciar aquellos epitafios que recordarán tan solo el nombre y el apellido de lo que un día aquel humano fue e hizo por ellos.
A los que suspiran mirando al suelo y al cielo, a los que lloran sonriendo, a los que disparan furia sin piedad a la puerta del cielo, ese que tantas veces nos han prometido y jamás hemos visto, ese cielo que tantas veces nos han prometido y que tantas veces nos ha decepcionado.
A todos los que le falta medio corazón, porque lo perdieron con el tiempo o se lo robaron.

A ti, que vuelas entre tormentas de lluvia y arena desplumando tus alas. Y aún así sigues volando, firme, entre relámpagos. A ti que sabes que estoy en el tejado de siempre, viéndote volar.

miércoles, 22 de enero de 2014

Atropellando a la espera, se desangró el tiempo.

El cielo estaba dividido según el número de rayos de luz que escupía el Sol. Las nubes, caprichosas, interrumpían las divisiones con sus cuerpos amorfos y gaseosos.
Un coche, o una máquina de hierro que se quejaba en cada metro que avanzaba, seguía por una carretera con un curioso destino. Sus ojos.

Aquellos ojos que en cualquier parpadeo podían causar un accidente. Infinitas rotondas rellenas de color verde hierba con la perdición justo en el medio. Poco a poco fue conociendo los atajos que le hacían reír, aproximándose a gran velocidad a su sonrisa.

Embobado, se quedaba allí quieto esperando a que por fin el semáforo diera luz verde.
Los segundos pasaban lentos mientras la esfera roja seguía inmóvil.
Los dedos golpean con ritmo el volante y los pies se unen a la melodía de percusión rozando los pedales. Aparece un espectro impaciente que se pregunta continuamente: "¿Cuándo arrancaré?" 
:
Quería llegar ya al horizonte, enredarse en el infinito, fusionarse con la piel que para él, estaba en el menú de su día a día. Los nervios empezaban a quemar su paciencia y el olor a chamusquina le empezaba a cabrear.

No había más solución que la que la situación dejaba caer, ¿quién estaría mirando si se salta las reglas? ¿quién iba a juzgarle y a hacerle parar?
¿Acaso importaba lo que la gente pensara?

Se lleva por delante el semáforo rojo, los cuchicheos de las malas lenguas, dejando atrás todo lo sufrido, que se ahoga poco a poco en el olvido.

Déjame verte.

Los kilómetros transformados en metros y las horas convertidas en segundos. Estoy llegando, espérame.

Espérame risueña en tu colchón de hogueras, con la piel desnuda y las ojeras puestas. Tú mírame, profunda y verdadera, que ya sabré interpretar tus señas, tus palabras, tus gemidos.

Espérame descalza, entre sábanas.
Sin miedo y con rabia, con la mente lúcida, con las manos dispuestas para la paz y la guerra.

Espérame tranquila, silbando en lo alto del tejado, que yo te veré amanecer, pequeña y brillante, estrella de mis noches, despertador de mis días.

Espérame, dame un segundo y llego, nervioso e impaciente, tembloroso e inquieto, sonriendo.
Espérame sentada con las manos calientes de agarrar la taza del café.

Espérame y cuando dejemos de esperar, mírame como tus ojos me miran siempre, aunque me arriesgue a perder el alma; la poca que me queda.




miércoles, 8 de enero de 2014

En zonas llanas

Se escondía en los versos de la música de los torturados. 
Torturados porque ya no podían aguantar más, porque a pesar de que sus injusticias se podían hasta oler la gente siguió con su ceguera.
Ceguera que nos llevaría a todos al desastre.
Desastre inestable que me llevaría a una profunda curiosidad. 
Curiosidad que empezaron a sentir mis adentros, ¿porqué se esconde en la música de los torturados? ¿Y porqué me escondo yo también? La poesía había creado un lazo extraño que no nos podía separar.
¿Separar? Hablemos de antónimos, de todo lo contrario a lo que había visto antes, de un color nuevo en su paleta de madera, en su cielo negro, allí estaba, una especie de estrella.
Estrella brillante que iluminaba todo el cielo, la sentía tan cerca y en realidad estaba tan lejos. 
Lejos de la tempestad de las máquinas de humo cancerígeno, lejos de los cielos deslumbrados, lejos de las torres de cristal que llegaban al cielo, lejos del cemento, del hormigón, del plástico que recubría la mayoría de las caras humanas, lejos del estrés, del ruido.
Ruido que molestaba a mis oídos, mi cerebro no podía pensar, dame paz.
Paz en la yema de sus dedos al acariciar cada recoveco de mi cuerpo, manos que se enredan en la kilométrica cabellera, que se funden en la humedad del ambiente, que se buscan.
Buscan inquietos sus puntos débiles, lamiendo impacientes cada una de sus heridas, clavándose las miradas mientras el silencio grita.
Grita de placer entre movimientos agitados de sábanas y corrientes de aire, músculos que se tensan, cuerpos que chocan, piropos que se susurran, deseos que se golpean.
Golpean las gotas de lluvia en la ventana envidiando la escena.
Escena oculta detrás del telón tras apagar las luces, entre caricias, se enciende el fuego.
Fuego que se propaga rápidamente por los poros de la piel haciéndoles sudar, y aquel calor preso de la habitación se impregna en las paredes haciéndolas temblar.
Tiemblan sus miedos cuando impacientes, sus bocas se besan.
Besan y desgastan sus labios mientras afilan los dientes, sigue empujando el barco y llevando su rumbo a una espiral de orgasmos.
Orgasmos que se hacen esperar pero que viajan a 100 km/hora expandiéndose por todos sus cuerpos.
Cuerpos adictos al contacto de la electricidad que desprenden, que se agarran fuertemente, que no se quieren despegar, que la guerra sin tregua entre ellos quieren provocar.
Provocar entre gemidos el nivel máximo de placer al rozar sus labios mientras el deseo de lucha crece en sus lenguas.
Lenguas que descienden por sus cuellos poniendo a la piel en guardia y a la lujuria otra vez en marcha. Aquí viene otra ola de placer.
Placer que lo arrasa todo cuando llega al final como un tsunami y se lleva incluso nuestras fuerzas.
Fuerzas militares que en nuestras guerras se dan una tregua.
Tregua entre sonrisas y mordiscos. 
Mordiscos en los labios.