Parpadeos fugaces

lunes, 31 de marzo de 2014

Quiero espuma en mi café. Y estrellas en el cielo. Y aire que se pueda respirar.

"¿Qué tripa se te ha roto?" 
Se preguntaban los trozos de comida masticados mientras se daban un baño en sus jugos gástricos.
Los murciélagos no hablan, solo suspiran, ¿Por qué?
La soledad es cruel y me sigue a todos lados. Cuando me acuesto en la cama, se arropa conmigo. Cuando me siento en el tren, se sienta a mi lado apoyando su cabeza en mi hombro, como cansada.
Desayuna, come y cena conmigo. Le gusta como cocino.
Cuando salgo a la calle siempre me pregunta "¿A dónde vamos?" Y yo nunca respondo.
A veces me despierta por las noches, hablándome de oscuridad, nostalgia y tristeza, y así no hay quien duerma.
Después de estar más de una noche en vela aguantándola por fin se duerme, pero yo no.
Nostalgia choca contra mi ventana transformada en gotas de lluvia, esas gotas de lluvia que más de un día fueron la banda sonora de nuestros deseos.
Un murciélago suspira y el suspiro sale al exterior vaciando los pulmones de oxígeno y el cuerpo de alegría.
"Ojalá..." Murmulla la soledad mientras duerme.
Cierro los ojos.
"Ojalá" respondo.
La noche muere y el día tiñe el cielo con sus rojos sangre y sus naranjas luminosos y radiantes acompañados de sus nubes rosas y su brisa fresca. El rocío también madruga y la escarcha muere bajo nuestros pies.

Las ojeras refunfuñan. La soledad está también despierta y no duda en aplastarme el alma de nuevo, haciéndome notar con sutileza el hueco vacío y gigante que hay en mi cama.
Pie izquierdo primero toca el suelo frío y después el derecho, crujiendo los huesos del tobillo como todas las mañanas. Me pesa hasta el pijama.
"Ya sé que prefieres el café con espuma, pero no había" me dice la soledad sirviéndome una taza humeante de café. No contesto.
Vierto medio kilo de azúcar en el café a ver si por casualidad la diabetes me hace sentir más dulce por las mañanas. No tengo estómago para comer nada más.
Arrastro los pies por el pasillo hasta mi habitación para vestirme y afrontar el nuevo día mientras la soledad me persigue allá donde voy atravesando hasta las paredes.
"¿Qué vas a hacer hoy? ¿Tienes algo pensado? ¿Será tu rutina de siempre la que nos encontremos hoy? Podrías hacer algo nuevo, pero te falta el tiempo, ¿verdad? ¿No es horrible el silencio de esta casa cuando solo estamos tú y yo?" 
Incansable la sin hueso de la soledad que no para de escupir preguntas que se transforman en pinchazos en la cabeza.
"Cállate ya, cállate" digo en voz baja.
Me restriego los dedos por la frente, apretando, para aliviar el dolor de cabeza, sin éxito. Dejo el pijama donde caiga y voy al armario.
Pierna izquierda primero metiéndose en el hueco izquierdo del pantalón, después la derecha. La camiseta cubre mi piel y la dejo caer por el hueco de la cabeza hasta estar perfectamente colocada.
Otro murciélago vuelve a suspirar.
"¿Les has preguntado ya porque suspiran?" 
Que pesada llega a ser la soledad.
Suspiran porque nacieron para ello, sino no existirían, pero ella eso no lo sabe. Ni quiero que lo sepa.
Me cepillo los dientes y al mirarme en el espejo la soledad también me está mirando.
"No te dejes engañar, la belleza a las ocho de la mañana no existe, no te preocupes" 
A veces mi propia esquizofrenia me hace reír. Un risa breve que acaba en un silencio que proclama a gritos que estoy hablando sola y riendo sola. La soledad es cruel, y ella lo sabe.

Al salir de casa la música suaviza la tristeza que desprende la ciudad.
Volumen al máximo para no tener que aguantar al ser humano estresado, al ser humano que empuja, insulta y te asquea con la mirada cuando te ve pasar.
La música suaviza mis ganas de matar.
Pero el tren pasa y hay que cogerlo. La soledad me agarra y me dice "Voy contigo donde quieras"
No la aguanto más.

Los minutos corren por las vías huyendo de la puntualidad sin parar siquiera en las paradas de tren. La gente sube y baja, corre y empuja, abre la puerta, estornuda, tose, desayuna e incluso se maquilla. La gente duerme como si fuera su propia casa con el ligero movimiento del tren y su velocidad, como si nos acunara.
Más contagioso que un bostezo son las caras tristes en el tren. La música me distrae pero la soledad me incordia.
Y en la canción que está sonando, una frase o varias, me atraviesan como una flecha.
"Ojalá" me digo.
Cambio de tren. Odio esperar.
Esperar mirando a la nada rodeada de personas desconocidas pero que a veces me dan ganas de hablar, como si conociera de toda la vida, pero qué pensarían. Solo quiero dejar de esperar en silencio.
Algunas canciones me hacen sonreír. Y la gente te observa extrañada: "¿Porqué sonreirá?" 

El viaje termina y la música me sigue acompañando en mis adentros, mientras la soledad camina conmigo agarrada a mi brazo. Me pesa, la soledad me pesa. Agito el brazo.
"¡Suéltame ya!" grito mientras agito el brazo con violencia.
Noto el miedo en las miradas de la gente. Señoras que se apartan de mi lado y niños que sin hacerlo, me apuntan con el dedo.
"¿Recuerdas que nadie más puede verme? Solo tú, sigue andando" Me dice la soledad con un cierto tono de victoria.

Ojalá estés aquí para apuñalarla. Apuñalarla sin piedad mientras duerme conmigo en la cama, mientras desayuna, come y cena, mientras me ato los cordones de las zapatillas, mientras subo al tren y mientras ando. Ojalá estés aquí para mutilarle los huesos a patadas y partirle la boca para que no hable más.
Estoy agotada soledad, déjame en paz. Cállate y déjame en paz, déjame respirar, déjame pensar. No te quiero escuchar más.
Pero sus incansables preguntas vuelven cuando volvemos a casa. El mismo tren, con suerte el mismo asiento, y diferentes canciones con los mismos flechazos.
Me pateo la ciudad con este incordio detrás recordándome a cada segundo que no hay nadie que pueda apartarla de mi lado, ni siquiera yo, de momento.

Los flechazos musicales se convierten en órdenes inminentes que inconscientemente me hacen morderme los labios. El cuerpo en automático mientras camino hacia casa y la imaginación volando a mi alrededor.
"¿Ojalá eh?"  vacila la soledad con la mano en mi espalda.
"Pronto te caerás muerta" respondo por fin cansada de escucharla.
No dijo nada más. Sabía que caería muerta tarde o temprano, con el ojalá o sin él.
Caería muerta en la comisura de tus labios, caería muerta en tu cabeza deslizándose por tus párpados como si fuera una tela de seda, caería muerta y más que desintegrada en tus ojos abrasándose por dentro y gritando de dolor. Por fin te vería desaparecer con nuestra ropa arrancada del cuerpo. Callarte tantas preguntas con la simple acción de dar un beso. Uno solo. Y muerta. Y rematarla con unos cuantos más.

Alegría es verte morir como cuando la noche muere y llega el día y viceversa, como sentir tu esencia por fin cerca de la mía, como encontrarme de casualidad contigo en un cruce de miradas.
Mientras tú no estés mis murciélagos dejarán de suspirar, para volverse locos en mi estómago. Un caos tan romántico que me puede hasta sonrojar, hasta quemar por dentro y echar humo por la boca.
Vendrá bien para el frío.

Mientras tanto soledad, cállate y déjame en paz, no te quiero escuchar más.
Siéntate, callada, y cuenta las veces que las manecillas del reloj se aferran al segundo. "Tic, tac" Cuéntalos.
Cuenta los segundos de un día anclados en el reloj, pero no me cuentes los días que quedan, ni las semanas que nos esperan, tómatelo con calma.

Alegría es que se pare el tiempo cuando estés muerta y la vida nos de unos minutos más de ventaja ante la muerte. Alegría es tener el ojalá delante de los ojos.





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