Parpadeos fugaces

domingo, 25 de noviembre de 2012

All My Ex's Live In Texas

Las puntas de tus botas rebotaban en el parqué desgastado de aquel viejo tugurio. La música mezclaba nuestras ganas de beber con nuestras ganas de bailar y tú me sonreías a quemarropa. 
Aquel delantal recién lavado de camarera de bar de carretera y aquel don para escanciar el café. El olor a grasa impregnado en las paredes de nuestros pulmones, los sombreros cubriendo nuestras cabezas y las camisas a cuadros de dos colores. 
Sentía que en cualquier momento tu melena morena me iba a asfixiar con el perfume de tu champú y el embriagador olor de tu piel, puro jabón de flores, tan refinado, tan elegante, seductor. Tu cuerpo bailaba con gracia esa canción, yo desde la barra te dediqué el verso exacto en el que decía:
"Some folks think I'm hidin', Its been rumored that I died, But I'm alive and well in Tenesse"

El exceso de tequila en la sangre se hacia notar al andar, quizás serían los grados acumulados, pero tu falda cada vez se hacía más corta. La noche tan tranquila alejada de aquel bar. Maíz, kilómetros de maíz. Se movían las hojas como descubriendo un camino que nos dejaría en el abismo de la locura y la pasión. 
Mientras en nuestras bocas seguía sonando esa canción. 
La ropa desaparecía con cada paso y yo te perseguía. Me lanzaste tu camisa a cuadros de color malva y escuché tu risa perversa. 
Después de encontrarnos furtivamente en aquel campo de maíz llegó el alba con el canto del gallo, poniendo a tono el dolor de cabeza que se avecinaba. Tú dormías bajo tu camisa y casi abrazándome. Yo me desperezaba y me intentaba vestir en silencio. 
Desaparecí de allí sin dejar rastro. Atravesé el maíz pensando que amanecerías con el corazón roto y el orgullo quebrado. 

Estabas tan convencida de que el tequila me retendría, de que la jaula que me habías construido era suficiente. Tú y yo en un nido de amor sin salir, sin poder piar al alba de vez en cuando. 
Esta mente y este cuerpo no se fabricaron para estar encerrados tras las barrotes de una mujer guapa que insiste en tomar chupitos. Las promesas de una mujer, si desde el principio no están vacías, algún día lo estarán hasta que no signifiquen ya nada para el prometido. Y entonces pensarás, ¿Y todo el tiempo perdido?
Me calzé las botas y me puse el sombrero. Era hora de viajar, quizás a Tenesse. 

Y es que nena, All My Ex's Live In Texas.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Y tus labios me dicen..

La oscuridad que surge cuando nos abandona la luz del Sol, dejando entrar a escena a esa escéptica Luna, de ojos crueles y luz ambiental. Con todas sus farolas puestas en el cielo a cientos de kilómetros, contrastando con el brillo de tus ojos. Y tus labios me dicen: Vámonos. 
Y como si fuera una marioneta atravesamos la lluvia; esas gotas frías que se escurren por nuestra piel evaporándose en cada sonrisa y mirada. Y tus labios me dicen: ¡Corre, nos estamos mojando!
Y tu mano agarra la mía, y corremos hasta un soportal, pisando los charcos que reflejan nuestra carrera. Resguardadas de la fría lluvia el viento nos ataca por todos lados, congelando aún más nuestros huesos y vestimentas de invierno. Y tus labios me dicen: Que frío hace, maldito invierno. Y tus manos se restregan para coger calor. Miro fijamente tu piel, que tiembla, y te presto un poco de mi calor casi extinguido. Yo también tiemblo. Mis manos frías frotan tus ropajes, surgiendo un poco de calor que calma tus huesos.
Para pasar el tiempo, como si fuéramos todavía niñas, del vaho que salía de nuestras bocas simulábamos que era el humo de un tren que llegaba a la estación, o el humo de un fumador adicto.
Sentadas en el frío suelo decidiste acurrucarte entre mis piernas resguardándote del frío, y mis manos te rodearon para que no tuvieses más frío. Y tus labios me dicen: Me encanta que seas una estufa, dame calor.
Deja de llover y nos levantamos del suelo, recorremos las calles mojadas con el embriagador olor a húmedo sintiendo el viento fresco que pasa de ráfaga en ráfaga. Yo sigo a tus labios color carmín, y me recuerda a las leyendas de los marineros que no podían evitar escuchar el canto de las sirenas, y que hechizados, se tiraban al mar en su busca y morían ahogados en el fondo del mar. Pensé que los charcos que pisamos serían ese mar donde moriría ahogada por tu hechizo, que tus palabras serían el canto de sirena y tus labios el desencadenante de dicho hechizo.
Nos metimos por un callejón medio inundado sorteando los charcos más profundos. Y tus labios me dicen: Ojalá tuviese botas de agua para no mojarme los pies. Y mi cabeza pensaba en sirenas que cantaban mi perdición, dulce melodía que encadenaba mi razón a tu poder de manipulación. Seguías andando y llegamos hasta un portal, buscabas con prisa las llaves dentro de tu bolso y el cielo tronaba, anunciando de nuevo una tromba de agua. Y tus labios me dicen: Arriba estaremos más calentitas y al menos no nos lloverá encima. Te reíste. Y yo te contesté: Quizás acampe en frente de tu radiador. 
Abriste la puerta y subimos las escaleras, yo observaba los reflejos brillantes en la pared y el reflejo peligroso de tu falda; guardé en mi memoria el movimiento de tus piernas y tu cadera subiendo las escaleras, hipnotizante. Casi diabólico, erótico, sensual, elegante, suave, seductor.
Cruzamos la puerta y la soledad de su casa nos dio la bienvenida. Nunca había estado aquí antes, así que lo observo todo y cada objeto lo guardo en mi memoria. Amplio salón, elegante y pequeña cocina, puertas de habitaciones que se esconden por un largo pasillo. Todo parece estar en armonía, pintado con unos colores claros parecidos al trigo cuando ya está seco. Por las ventanas se ve y se escucha llover, el viento se golpea contra los cristales y el silbido que emerge de dicho golpe nos relaja.
Y tus labios me dicen: ¿Mucho mejor verdad? Tú como en tu casa.
Nos quitamos la ropa mojada y la pusimos a secar, las zapatillas dejaban huellas mojadas por todo el parqué y nuestro pelo goteaba. Me dejaste una camiseta roja, con varias flores moradas, que me quedaba un poco grande y un pantalón negro de estar por casa. Tú te pusiste una camiseta blanca enorme de tirantes, que más que una camiseta parecía un camisón; y unos pantalones verdes cortos. La calefacción poco a poco nos dejaba entrar en calor. Tiradas en el sofá escuchando de fondo la publicidad de la televisión  me fijé en como tus dedos desarmaban un pitillo, destripándolo y esparciéndolo en tu mano, quemando sobre él una peseta de hachís, burbujeante fue aplastado por tus dedos de pianista y se fusionaron sin dejar rastro uno del otro. Lo envolviste en papel de arroz, y mis pupilas se dilataron cuando con mucha sensualidad, chupaste el pegamento de aquel papel de arroz. De derecha a izquierda sin dejar el rastro de tus labios de carmín, cerraste el papel pegándolo a él mismo y sonreíste. Y tus labios me dicen: No está mal, y eso que tengo las manos mojadas. 
Y mis manos me susurraban: Acariciala. 
Miré a otro lado buscando la llama del mechero, dispuesta a darte fuego. Me miraste como encendía la llama y lo acercaba al pitillo que tenías en la boca. Sonó como quemases maderas, esos chispazos de las hogueras, y el humo empezó a huir despavorido hacia arriba inundando todo el salón.
Y tus labios me dicen: Puedes besarme si quieres, yo también quiero hacerlo. 
Y mi cabeza desconcertada no supo que hacer, reí, me arrasqué la cabeza, y finalmente la besé.
Me perdí en el paraíso de sus cabellos y en el eco de tus besos, mi piel temblaba a su lado y sus manos acariciaban mi espalda. El tiempo se consumía como aquel pitillo que dejamos descansar en el cenicero; la lluvia, celosa, nos observa por la ventana.
Besé cada rincón de su cuerpo y ella cerraba los ojos, acaricié hasta el último de sus miedos para calmarlos.
Y tus labios me dicen: Pierde tanto tiempo el ser humano en esperar.