Parpadeos fugaces

martes, 10 de octubre de 2017

Un regalo acuático en un envoltorio de viento

Abres los ojos, despiertas, es de día.
Siempre de la misma manera, te das la vuelta para dormir un poco más.
La mente empieza a funcionar.
Hay un rastro de dolor en cada rincón, muy fácil de seguir, muy difícil de ocultar.

El amor por la ruina lo hace todo más difícil, más lento, lúgubre, algo inquieto, silencioso.
Abres los ojos y ahí está, el nuevo día, aportándote diferentes opciones para que emplees el tiempo que te otorga en maquillar dicho rastro.
Una especie de fanatismo por el lado oscuro de las cosas, un amor enfermo por las cosas rotas, desquebrajadas, abandonadas, inquietante el reflejo cuando miras dentro de la ruina y sientes el calor de un hogar.

Una especie de vida perdida entre cachos de tiempo no consecutivos.
Siempre en la sombra, amándola.
Un calor acogedor, frío y azul.
Es la comodidad nata que te regala el dolor de una herida, no te da opción de quedarte en él o irte y olvidar, pues tú mismo has escogido antes de que esa herida se haya abierto.

Abres los ojos y ahí está, el Sol entrando por la ventana como si fuera bienvenido.
Las zapatillas entrando en los pies, el calor extinguiéndose en el hueco del sofá, el coletero sujetando millones de mechones incontrolables. Abres los ojos y en què momento, no ocurre absolutamente nada. Solo hay una reunión de silencio en cada habitación de la casa.
Solo está esa oscura comodidad que no desaparece cuando cierras los ojos, apagas la luz o cae la noche. Nunca desaparece.

No hay frío en la herida, no hay tristeza en el alma, no hay baile de despedida.
Siempre hablamos de invierno, de frío, cuando por desgracia la vida nos congela en una fecha concreta.
Quizás nos congelamos para conservar los recuerdos como son, perfectos, risueños, amargos, y así con el tiempo que no se pudran en la frontera entre la memoria y la imaginación.
Una forma de conservar todo, aunque una parte de ti también se quede latente.
Conservar la esencia, la risa, incluso el olor. Conservar con celo todos los trozos de alma que ha ido regalándote durante toda su vida y la tuya, como si estuvieran reencarnados en pétalos de rosas.


Te has convertido en viento y yo en agua, me acerco al fuego para sentir más que la nada, todo se reduce a polvo, no encuentro ninguna mirada entre la niebla.
Octubre es una especie de roca gigante que me aplasta.
Que me aplaste Octubre es una excusa más, un suplemento, un condimento digamos.
Me pesa tanto el echarte de menos que casi no puedo ni arrastrarme.
¿Es tan complicada la búsqueda de la ilusión?

Te llevas medio corazón mío, como dijo el abuelo, y la otra mitad se la doy a los míos.
Me quedo sin nada y sin embargo me lo dáis todo, ¿pude yo dártelo todo?
Son preguntas que me escaman.
¿Qué pasará cuando suba a la colina y hable sola? ¿Y cuando haya un hueco en la mesa en Navidad? ¿Qué pasará cuando no te encuentre en mis sueños? No te vayas nunca de ellos.
¿Qué pasará cuando coja el pincel y no consiga ver el error?

Esta falta de motivación es como un bloque de cemento en los pies, no hace falta estar bajo el agua porque la vida sigue tan igual que el "no cambio" te asfixia por dentro.
Es un ciclo extraño plagado de bombas ocultas en cualquier superficie, tarde o temprano llegará una fecha que explotará bajo tus pies, que te hará rebotar contra todo el avance que habías conseguido, que una vez abatida terminará explosionándote por dentro, y te quedarás allí tirada con cara de gilipollas, como siempre.

Yo también quiero ser viento Madre y así poder viajar contigo
Y así poder escucharte en cualquier rumor, jugar con las ondas en el agua, quiero ser viento como tú, y darle un toque de alegría a un vuelo triste de falda.
Quiero ser viento y por fin cumplir nuestro sueño.
Pero soy agua.

Y que injusto es cuando te arrebatan a una persona con tanta crueldad a sabiendas de que jamás le soltarás la mano. Que injusto cuando te arrancan el corazón cuando estás encadenado.
Que injusto el silencio en casa, por la noche, que injusto el número de servilletas en la mesa, las grietas nuevas que salen en la pared.
Y ya no sé si es por obsesión, pero parece que la casa también amarillea. De repento todo se rompe, todo está sucio, todo desordenado, reina el caos donde debería reinar los domingos con manta y tus ronquidos.

Yo también quiero ser viento Madre y así poder flotar y no ahogarme.
Ser viento y quizás, no ser vista cuando vague triste entre montañas. 
Ser viento y poder levantarme del suelo sin esfuerzo.

Parece que al estar vacía, cada día es una especie de piedra con algo inscrito, se puede leer:
"Te echo de menos"
"Ojalá"
"¿Porqué?"
"Siempre te querré"
"Vuelve  a mi lado"
Piedras pequeñas que me llegan ya hasta las rodillas.
Al ser de agua no paro de caminar por el fondo.
"Lo de todos los días"
"Esto lo cura el tiempo"

Yo solo podía pensar, con un toque egoísta: Quédate conmigo siempre.
Todo parece que suena a despedida, quizás la idea equivocada del no saber qué hay después de la vida te lo transforma en un "Hasta luego"

Creo que se me escapa la vida o la alegría en cada lágrima que arrojo. Éstas me queman.

Está claro que el peor enemigo que puedes tener eres tú mismo y las ganas que tengas de mirarte en el espejo. Un día no soportas esas ojeras, mirándote fijamente, las pupilas que están cansadas se reflejan vagamente en un cristal sucio.
Para no escucharme subo la música hasta el 100. Pero casi nunca funciona.
Tampoco funciona cantar por encima de ese volumen, ni dar vueltas hasta perder el eje del equilibrio.

Otros días te miras en el espejo y comentas la jugada con la letra de alguna canción:
"Va a costar, hacer ver que no hay dolor, que todo sigue igual, esconder los desperfectos y disimular. Qué bonita es..la felicidad"
El autoengaño y el falso optimismo han sustituido al azúcar en el café.
El conformismo de "podría ser peor" es como el sinónimo de una palmada en la espalda de consuelo de alguien que has visto tres veces en tu vida.

Es normal.
Nadie quiere irse donde sea con las manos vacías.
Nadie quiere irse donde sea con la sensación de que lo ha dado todo para convertirse en recuerdo y no ser más que eso.
Por eso nuestros corazones, o al menos la mitad de ellos, se han ido contigo, para que al menos no te quedes con la sensación de "manos vacías"
El consuelo es el resultado de cualquier teoría absurda que pueda aniquilar, al menos durante 30 segundos, este dolor tan punzante.

Recuerdo tantas conversaciones que creo que ya las mezclo y todas me suenan a lo mismo.

Es tu cumpleaños Madre y no te he comprado nada.
Soy de agua perdóname, no lo puedo evitar, me evaporo y es tan cobarde que me da vergüenza.
Estoy flotando en la herida. ¿Cómo lo conseguiste tú?
Soy agua, y lo siento, me da pánico soplar las velas.
Acostumbrarse es cruel, muy cruel.
Me viene grande este océano, no estoy acostumbrada a tanta humedad, a la sequía de repente, a los espejismos en sueños desérticos, a ocultarme bajo la manta en días de tormenta.
No te he comprado nada y estoy aquí, regalándote sin querer toda esta tristeza que se desborda y lo inunda todo, lo que tú más odiabas, será el primer cumpleaños que no acierte con el regalo.

Quiero ser de viento Madre, no sé cómo hacerlo, ahora mismo tan sólo tengo de aire el signo del zodiaco.
Quizás cuando evapore todo, cuando realmente aprenda a respirar bajo el agua.
Quizás transformándome en vapor consiga mezclarme con el viento y aunque sea más efímero, podré dejarte varios grados de temperatura que escriban en cualquier cristal Te quiero, Te echo de menos y alguna pregunta con una respuesta cruel, como solías decir: "Así es la vida"
Odio hablar de ti en pasado.

Te dije que te quedaras conmigo, pero no me hiciste caso.
No te odio, yo también he heredado esa cabezonería por hacer lo que nos salga de las narices.
En ningún momento he entendido este castigo, porque cuando superas un obstáculo que te marca de por vida te encuentras con uno más grande.
Es verdad que al final del partido ya no hay más que hacer, ¿pero realmente un tiempo muerto para siempre? ¿De verdad?

Menos mal que cuando cierro los ojos y te veo bajo mis párpados, cojo carrerilla para volver a intentar saltar el muro. Nunca lo consigo pero al menos sé que algún día por viejo se acabará cayendo.
Y el equilibrio estará al otro lado, y el viento correrá de aquí para allá, y estaremos entre corrientes y en una de ellas te encontraremos y te volveremos a abrazar. 

Y mañana será igual que hoy, pero tú tendrás 55 años y yo estaré avergonzada de haberte hecho un regalo tan horrible, con el alma un poco más rota, con los ojos más cansados, pero siempre mirando de frente, como tú siempre lo hiciste.

El año que viene te regalaré algo mejor, te lo prometo.