Parpadeos fugaces

viernes, 20 de junio de 2014

Confesiones y susurros de los escombros de una vida en obras.

La vida me destruye y me desintegra, me desploma. Explota en pedazos.
La vida se me cae de las manos, como agua, se escapa, se desliza. Y yo impotente no la puedo agarrar, retenerla contra su voluntad, no la puedo salvar.
La vida se da al alcohol y las drogas, intentando aliviar su propio dolor, que se multiplica si te piensa doblando la apuesta de tus juegos de manos.
A veces de resaca, con la boca seca y la cama vacía, la vida se da por muerta. Pero hay algo aquí que sigue en pie.
La vida se deja caer y yo con ella, cosidas por la piel, caemos al vacío. Y cuando despierto amanezco destrozada. Me duelen las costillas de arrastrarme contra el suelo suplicando unos minutos más.
A mi vida, muchas veces, le da igual el despertar, el nuevo día; los ve todos iguales.
Camino con ella, las mismas calles, el mismo aroma tóxico, las mismas pieles y las mismas caras.
La misma sensación de internamiento en un loquero donde nadie sabe qué hace allí y cómo ha llegado. A los que les falta cordura, quizás, sí sepan dónde están.
La vida me pisotea las entrañas, es un picor constante en las retinas, dermatitis en la piel.
La picadura de una abeja alérgica a éstas. Se hincha, duele, explota.
La vida no es tan dura, eso dicen, según con qué sufras.
La vida te busca en sueños, ¿sabes? Ya no recuerdo si llega a encontrarte siempre que lo hace. Duele más cuando te encuentra.
La vida es impredecible.
La vida se repite como el comienzo de este relato, de esta confesión, de este grito de angustia. Se repite como estrellas en el cielo, que de lejos parecen idénticas y de cerca son únicas.
La vida no quiere significar nada, no quiere norte ni sur, ni siquiera quiere ser comprendida.
La vida no me quiere dar una tregua, me ahoga en su mar.
La vida es escritor de fantasías, fabricante de ilusiones, pero también verdugo de sus propios deseos.

La vida estrangula mi garganta por las noches, las mismas noches que se derrumba abrazada a la almohada.
La vida no comprende el brillo de la luna, sea llena o sea fina, blanca, roja o nueva.
La vida no comprende mis caprichos.

La vida se aferra a la misma sensación de fracaso y desorientación todos los días.
A veces, me sacudo esa sensación como si fuera polvo. Pero es peor el remedio que la enfermedad porque termino respirando ese polvo fracasado y desorientado una vez más.

La vida no me da oportunidades y si lo hace, es para amagar.
La vida no comprende que quiero verte entre mis manos ásperas y mis ojos verdes, entre mi pelo largo y mi ropa ancha.

Aquí, la vida, nuestras vidas, bajo las mismas estrellas ciegas y únicas, el mismo Sol con diferentes sombras, la misma tierra pero diferentes aromas, la misma mirada pero a través de la pantalla.
La vida no se deja manipular. Ni siquiera sobornar.


Cuando las mismas noches que nos derrumbamos, que nos explotamos, que nos herimos y sangramos, que nos destrozamos y desintegramos; las mismas noches que lloramos, se da cuenta.
Se da cuenta de porqué me duelen las costillas, de porque se me eriza la piel, de porque mi alma sigue en pie.

Cuando mi vida lo comprende lo admite:
Nuestra vida se derrumba, se desintegra y se desangra cuando solo te podemos ver a través del monitor. 


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