Parpadeos fugaces

martes, 11 de diciembre de 2012

Pearl Harbor III

Hemos luchado contra todo pronóstico, hemos luchado contra miles de ejércitos que intentaban acabar con nuestra Reina. Hemos luchado contra la depresión, las bajadas de tensión y la ansiedad, contra tus malos humos. Hemos luchado contra todo aquello que quiso destruir tu esperanza. Hemos luchado contra la estética, que te hizo llorar cuando te rapaste el pelo. Hemos luchado codo con codo hasta sudar todo el agua que bebimos antes de empezar. Hemos luchado hasta sangrar.
Yo soldado, he luchado hasta más allá del límite marcado, más allá de la línea que rodea el fin del mundo.
Nosotros soldados, hemos secado con nuestra piel tus lágrimas. Hemos acariciado tu dolor y hemos masajeado tu angustia transformándola casi, o por unos minutos, en satisfacción y alivio.
Hemos sangrado por ti. Y hemos llorado contigo.
Y nuestro corazón sigue latiendo sincronizando dicha lucha.
Pero con la última batalla, bajamos la guardia. Tremendo error que nos hunde en el agujero infinito de la enfermedad.
Caes al suelo, como a cámara lenta, y con nuestros escudos acolchados amortiguamos la caída.
"Otra vez, otra vez, otra vez, otra vez" Gritan en silencio nuestras bocas.
Lo pasamos muy mal. ¿Por qué otra vez? ¿Qué salió mal?
Se derrumba la ciudad donde vivíamos tranquilos, habíamos construido esa ciudad con las bases del amor y la esperanza, mezclado con un par de gramos de futuro, pero ¿Qué salió mal? ¿Se quemó el futuro?
A fuego lento tuvimos que soportar todo el dolor que vino de golpe y nos dio en la cara, a fuego lento tuvimos que soportar el dolor de las quemaduras que sufría nuestra piel cuando tus ojos lloraban.
A quemarropa nos disparó el destino, destrozando nuestro interior y sobretodo el tuyo que deambulaba por el sendero más oscuro buscando una salida iluminada con un cartel verde esmeralda.
Fuimos la base de tus alegrías y tu día a día, el amor paterno supo contener la marea negra que llegaría a nuestras costas, provocando una desolación que nadie podría reparar jamás.
Caías y no querías ayuda, porque sabías que tú sola podrías levantarte, sabías que eres fuerte y que ningún terremoto haría temblar tu alma de nuevo.
Caías al suelo con la palidez de tu piel y te sacábamos de aquel fango intentando que el Sol te diera otra oportunidad.
Creías que nos engañabas cuando sonreías diciendo que estabas bien, pero tus ojos brillantes delataban el miedo a perdernos. Sabíamos qué te pasaba en cualquier momento, nuestros genes hablaban entre ellos, comentaban que tu corazón soportaría otra descarga más. Las manos agarradas nos pasábamos la ayuda unos a otros hasta que llegaba a ti, reforzando tu armadura de mujer dura.
¡Pero tuvimos que bajar la guardia! ¡Cegarnos con el sol de la serenidad y dejar pasar el tiempo entre buenos momentos y barbacoas!
Y aquí estamos en primera línea otra vez, con las ballonetas cargadas, el uniforme a flor de piel y los escudos recién lavados y brillantes.
Esperamos noticias del enemigo. 
El jinete cabalga nervioso e inquieto alrededor de la primera línea, de un lado a otro, mira al frente, esperando ver en el horizonte a nuestros enemigos, que amenazantes se acercan.
Esta vez no será tan fácil, tenemos ya el cuerpo desgastado. Los huesos no son los que eran y casi agotamos toda nuestra energía en la anterior batalla.
Danos tus lágrimas y cargaremos las pilas, danos a entender que estás triste y nos arrancaremos la ira del pecho, lanzándola contra nuestros enemigos a modo de granada estallando sus putas líneas y su puto ejército.
Acabaremos de nuevo con ellos, masacrando a su pueblo y mutilando cada uno de sus miembros. Acabaremos de nuevo con ellos, dejando un rastro de sangre que nos conducirá de nuevo a aquella ciudad que construimos con la esperanza y el amor.

Dame tu mano, Siénteme, estamos aquí.

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