Parpadeos fugaces

lunes, 3 de diciembre de 2012

Tú correcaminos y yo esperando el bus.

Aprender a planchar el pasado, doblar correctamente el presente y evitar que se arrugue el futuro.
Pues me he quedado atrás, no sé planchar.  Me importan poco las arrugas y solo doblo los calcetines.
¿Es conducir mi vida al desastre si me dejo guiar por esa frase? El desastre siempre estará esperándote, hagas lo que hagas.
¿Un huevo frito para cenar? El desastre es que se te caiga la sartén con el aceite ardiendo en los brazos.
¿Haces la cama? El desastre es que puede darte el lumbago al agacharte a meter por dentro la sábana.
¿Cruzas la calle? El desastre puede ser plural, pero el más común es que te atropelle un autobús.
Hay tantos desastres y tantas desgracias que vas saltando de baldosa en baldosa para esquivarlas.
Ponen a prueba tu moral y cuando te preguntan que tal estás, no sabes qué contestar. "No siento nada" pensaba "Se habrá pasado el efecto" pensaba.
Pero como todo esto, y como hace un segundo, es pasado. "Pensaba" Acabo de pensar. Sigue ahí esa sensación de vacío sentimental y nostálgico, o es que simplemente está durmiendo para despertar al amanecer, o cuando suene su despertador.
Algo incómoda es esa sensación. No tienes el estómago en paz, ni la sangre fluye de arriba abajo sin evaporarse, no tienes la piel tranquila y mucho menos la serenidad te calma la cabeza.
El no sentir nada me pone inquieta, ¿Qué estará pasando? Esto no era antes así.
Quizás sin querer hemos pasado página y esta vez no nos hemos cortado el dedo con el afilado papel. También puede ser que de tanto emborronar la página y pintar encima, ya no hay rastro del primer escrito.
A lo mejor la tinta se ha traspasado a la última página del libro. Para dejar claro que el principio de un final siempre te estará torturando por los siglos de los siglos, amén.
Amén exclamaría yo si este libro de crónicas no me persiguiera eternamente.
Lo peor que al saber cómo es la estructura de mi cabeza, sabía que pasaría esto: vamos con retraso.
La imagen que me transmitía en directo mis ojos a mi cerebro queda grabada en el disco duro de mi memoria, y poco a poco, con el paso de los días, a medida que nos alejamos de esa imagen en directo más se repite la imagen grabada. Un poco nostálgico, agonizo.
No sé qué decir. No me sale ninguna frase coherente, ninguna pregunta que de verdad quiera hacer. Escojo el silencio y te escucho, y en la lejanía de aquella escena hay una película en mi cabeza casi en tonos sepia con algún efecto de película vieja, cuando bajaba aquellas escaleras. Flashback, dejavú, como quieran llamarlo.
El tiempo me avisa de que se acaba y no puedo hacer nada. Y sabía que pasaría. Predicción o rutina.
Como yo intuí, aquí estoy anhelando la pintura de mis paredes y el eco de nuestras voces juveniles. El rastro artístico cubre los papeles que un día llenaste con ilusión, y mi rastro donde estará, en la basura seguro que descansa, transformándose en algo más valioso que un simple dibujo asqueroso y mugriento.
Y toda la publicidad que me vendía tu ausencia, recorre las calles traspasando la pintura de las fachadas y saltando azoteas. Se cuela en las señales y renace con las tormentas. Tan bonita la imagen de una tormenta. Tan feroz y violento y tan hermoso y elegante a la vez. Eléctrico. Como nuestra piel.
Como se dice, ha llovido mucho desde entonces y ahora las tormentas me hacen daño. Activan el sensor de "Algo va mal" y me recuerda que no estoy del todo vacía.
¡Pero volviendo al vacío! ¿Qué puede haber más vacío que un estómago sin comida? ¿Un corazón sin nostalgia? Ahí me has pillado. Que me detengan si miento.

Voy a tomarme un chupito de jarabe, porque estoy tosiendo demasiado.

Como decía, ese vacío se hace notar en el presente. Ahora pasado. Y hoy, aquí mismo, se hace notar la ausencia de vacío. Es decir, que me conozco y sabía que pasaría. En efecto, aquella página del libro se ha calcado en la siguiente, he ido a pasar página confiadísima y  así ha pasado, que tengo un chichón en la frente enorme porque me he dado de bruces con ella. Los dientes hechos mierda y los dos ojos reventados. Tenía que haber frenado pero es que siempre me puede tu velocidad. Parece que soy adicta a tu rapidez, sencillez, a tu capacidad de huir sin dejar rastro.

Subimos ahora el contraste al máximo, y observamos una nueva sensación en este sujeto femenino.
Quizás sea el exceso de alcohol en la sangre, o el exceso de intentos de huida con éxito, la facilidad de irse sin decir ni pío, dejarnos colgados. Pero es que sin quererlo ni beberlo, allí estaban nuestros cuerpos fríos dándose empujones hacia los abismos urbanos. Al menos se nos calentaron las articulaciones a base de golpes.
Y después en la cama arropada con sábanas de dos brazos humanos, tenía la sensación de que era otra persona. Y me sentí bien.
¿Por qué? No entiendo la respuesta ni quiero saber la auténtica verdad.
Es todo tan lógico en este mundo paranoico que hasta la propia lógica se abre la cabeza contra los bordillos porque le parece razonable. ¿Tiene culpa ella de sufrir mis paranoias? ¿Y porqué se da cabezazos contra los bordillos?
Dejando esta reflexión atrás, la prueba de la moral ha sido superada. Estos días estará mi cabeza movidita por eso de los tsunamis, terremotos y más explosiones internas que dejaran un rastro nostálgico de lo que un día tuve, pero no es nada nuevo.
Quizás la única forma de pasar página y que no se calque en la siguiente es arrancar todas las hojas. Pero son infinitas. Y además, ¿Cómo recordaría después todos los capítulos de mi vida?



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