Parpadeos fugaces

miércoles, 1 de febrero de 2012

A 100 kilómetros por beso.

Me da vértigo el punto muerto
y la marcha atrás,
vivir en los atascos,
los frenos automáticos y el olor a gasoil.
Me angustia el cruce de miradas
la doble dirección de las palabras
y el obsceno guiñar de los semáforos.
Me da pena la vida, los cambios de sentido,
las señales de stop y los pasos perdidos.
Me agobian las medianas,
las frases que están hechas,
los que nunca saludan y los malos profetas.
Me fatigan los dioses bajados del Olimpo
a conquistar la Tierra
y los necios de espíritu.
Me entristecen quienes me venden kleenex
en los pasos de cebra,
los que enferman de cáncer
y los que sólo son simples marionetas.

Me aplasta la hermosura
de los cuerpos perfectos,
las sirenas que ululan en las noches de fiesta,
los códigos de barras,
el baile de etiquetas.
Me arruinan las prisas y las faltas de estilo,
el paso obligatorio, las tardes de domingo
y hasta la línea recta.
Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran
a sus ideales sobre los de cualquiera.
Me cansa tanto tráfico
y tanto sinsentido,
parado frente al mar mientras que el mundo gira.





Quisiera expresar mi respuesta. 


Quiero enseñarte el trayecto de mi vida desde que arranqué el coche. 
Quiero que veas las carreteras que desgasto, los paisajes que no contemplo pero me rodean. 
Las horas muertas que reviven con los puntos muertos, acostumbrarte a una vida solitaria, tú, yo y la carretera. Quiero que analices cada uno de mis poros, formando un atasco por toda mi piel. 
Retén mis ojos en un punto fijo que no sean esas líneas blancas que separan dos direcciones. Haz que fije mi mirada en tus agonías, en tus mareos, en tu palidez. Deja que ponga la radio y suena nuestra canción. Déjame abrir la ventanilla, tirar el pitillo y renovar el aire. Deja que respire. Acaricia mi mano, que sujeta las marchas, ¿Quieres acelerar? Próvocame un frenazo, que pare en seco mi respiración. Deja que sin querer, se estrelle mi melodía con la tuya. 
Perdóname, por todas esos segundos planos, donde tú y yo no importábamos, discúlpame por no acompañarte antes a cualquier lugar, por no reaccionar a tiempo ante las claras señales. 
Señales que me hacías, que marcabas con cada derrape en el suelo, con cada accidente que sufríamos dejabas una señal. No quiero que te bajes del coche en cualquier semáforo, que nos gobiernen tres colores que ni siquiera son mis favoritos. No quiero un parpadeo cuando cambie repentinamente tu vida, cuando entre en tu circuito y descoloque tu dirección. No quiero una palabra de mi carrocería, que brilla cada día para tu amanecer aclarar. Y el humo negro del tubo de escape, que escape por donde quiera, no entrarán de nuevo los problemas pasados en nuestra memoria. Se irán con aquel humo tóxico y perjudicial. Sostén sobre mi armadura, el capó de estrellas que señalaremos y nombraremos esta noche. Túmbame  en un cruce, y espera a que la batería se apague; en mitad del desierto, a oscuras, sin humanidad a nuestro alrededor, sin obstáculos, ni badenes.    
Sigue conmigo en esta carretera sin final, al infierno de las chicas bonitas; que engañan y seducen a príncipes disfrazados y malcriados.  No apartes la vista de tu cartera ni tus labios de mi piel, que besan y rozan delicadamente el asfalto que dejamos atrás. Cada segundo a toda velocidad, se queda atrás, escrito en un cartón la dirección que nunca tomó. Triste nos ve alejarnos, con nuevos segundos a nuestra disposición. No tomes en cuenta el reloj digital que marca el tiempo actual y olvida el perdido. No lo mires. Mírame, observa como en el retrovisor se evapora la gasolina y tenemos que parar. Escribe en mis piernas las direcciones que tomarías si pudieras ir a todas partes a la vez, dibuja con cualquier pincel los kilómetros que comerías a bocados en mis labios, baila en el reflejo de mis ojos mientras mis pupilas te provocan un cortocircuito. Cargame la gasolina y continuemos el viaje, quedan muchos misterios por desvelar, mucho dinero que gastar, mucho terreno que explorar. 
¿Escuchas el rugir de mi metálico corazón? Que se muere por sentir tus engranajes. Vibra la pista de baile y la tapicería cuando el motor  chilla. Frenamos en cualquier paso de cebra, observa las líneas rectas, condenadas a vivir siempre erguidas, sin nadie que pueda hacer nada por ellas, sin nadie que tuerza su estirada vida. No te entristezcas, pues los hilos de las marionetas algún día se romperán. Ese día sintoniza tu voz con la mía. No tengas prisa por acelerar, ni tengas miedo a frenar. 
Que exploten los airbags, que se desprenda el techo del coche y nos deje respirar. Que el maletero se abra para hablar: "Aquí solo hay maletas vacías, ¿Con qué las pretendéis llenar?" 
Nos hemos dejado en casa los "por si acaso" y nos hemos traído las ganas. Nos hemos dejado en casa olvidados los olvidos, y ahora solo recuerdo nuestros recuerdos. Me he dejado en casa a posta, el destino; para poder improvisar mi propia historia sin que nadie la haya escrito ya. He guardado en un bolsillo el anhelo del hogar, que cuánto más te alejas más la sientes; esta vez el hogar se viene conmigo. 
Si tienes dudas tenlas, pero no me ahogues en preguntas donde las respuestas no están claras. 
Improvísame un giro, un volantazo que nos haga volcar, para volver a tener una excusa para abordarte sin preguntar. Despiertame en medio de un atasco invisible, despiertame cuando las estrellas estén conduciendo en el cielo a la velocidad de la luz: ¡Deprisa, pide un deseo! 
Deseo que esa estrella quiera volver aquí conmigo, en el asiento de atrás, contigo. 
Escupiremos sobre las lunas de esos vehículos tan solitarios. Búrlate de su mediocridad, de su gasolina malgastada, de su energía sin estrenar.  
Saca el brazo por la ventanilla y simula aquel anuncio, sonríe tu sonrisa y se encienden mis intermitentes.  
El punto más ciego de mi ojo no consigue ver tus intenciones: ¡Róbame el corazón y vete corriendo calle abajo! ¡Con tal tesoro entre tus manos sangrando no irás muy lejos!
Sigo el rastro y te huelo. La brisa me ha dicho que tu olor no viene de muy lejos, que estás aquí a mi lado todavía, que todo era un mal sueño. Pisa el embrague y cambia de marcha, quiero que el mundo gire más deprisa de lo habitual. Quiero atropellar las rotondas, comerme las señales de STOP más dulces, burlar la seguridad de las fronteras, volar en cada badén, cambiar el color rojo por un verde permanente. 
Te doy luz verde para investigar mi corazón; arreglame las aboyaduras, cuida mis imperfectos, alímentame con tu energía. 
Atropellaré sin piedad cualquier obstáculo que se nos presente, qué más da si el coche se mancha. Arrojaré por la ventanilla todas tus reflexiones liadas en aquel papel tan fino y en aquella sustancia tan fina y divina. 
Los insectos serán los encargados de hacer volar tus fobias, fobias que aplastaré en mi luna cuando pase a toda velocidad. 
¡Olvida tu vida terrenal! Enciérrate conmigo en esta bestia mecánica y dame caña. 
Pisaré el acelerador mirándote a los ojos; ojos que no parpadearán o perderán el juego. 
Y cuando el paisaje se nos presenté turbio, pondré las antiniebla y te taparé los ojos, para que descifres los enigmas que hay por todo mi cuerpo. Y cuando el peso de mi carrocería se apoye sobre tu elegante tapicería nos enconderemos en el auto-lavado, evaporando los gemidos y limpiando nuestra conciencia.
Qué nos importa una rueda pinchada, un amanecer rajado, que aparezca el motorista fantasma, que no tengamos un corazón de repuesto guardado en el maletero. 
¿Oyes las guitarras que nos provocan y nos imantan?  Cambio mi respiración a la marcha 4, a 100 kilómetros por beso en esta recta inhabitable. 
Rugeme en el oído, muérdeme como los coyotes de este desierto lo harían a sus presas, aprisiona en tus manos trozos de mi piel, colecciona mis caricias, enmarca cualquier parte de mi cuerpo, sé el chófer de mi vida sin camino, hazme olvidar que esto es un coche, que nos vamos a estrellar. Hazme desear que esa estrella fuera yo. Haz que al tiempo le de un infarto al vernos, que se pare de repente y no pueda alcanzarnos. Arañame y déjame huella, pues mi pintura ya es vieja y se cae a trozos. 

Haz que lleguemos al mar y nos paremos frente a él, mientras el mundo gira sin nosotros, sin que nadie sepa que estamos allí, sin que nadie sepa de aquella playa. Haz que lleguemos al mar y nos paremos frente a él, mientras el mundo deja de girar si no estamos nosotros, mientras el mundo deja de girar si nos salimos del mapa. Y que nos busquen por las autopistas, que descubran nuestros derrapes, que nos atrapen por conducción temeraria.
Que el mundo nos detenga cuando el mar se pare frente a nosotros, mientras nosotros rodamos sobre la arena.  

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